Sin categoría

El día que me forrearon de un colegio top

Mi viejo cumple los años el 8 de marzo. Esta vez cayó domingo, así que fui a Funes a comer con él y su novia. Hacía muchísimo que no volvía. Cuando lo hago me quedo en la casa de Lucas, porque mi viejo vive con Inés y me incomoda estar cerca de ella por más de dos horas.

En otras circunstancias, Inés me hubiera caído muy bien. Es kinesióloga y profesora de yoga. En su profesión aplica muchas terapias o disciplinas alternativas copadas, como shiatsu y acupuntura. Siempre está haciendo cursos de ayurveda, de corrección postural, de creación de mandalas y ese tipo de cosas. El problema es que mi viejo la presentó 15 días después de la muerte de mi mamá.

Siempre sospeché que mi viejo estaba con Inés mientras mi mamá agonizaba. Él me juró que no. Al tiempo me enteré que ella fue su gran amor durante la adolescencia. Se pelearon porque él le metió los cuernos con mi vieja. Ella quedó embarazada, se casaron, nací yo, y nunca más pudo estar con Inés. Hasta que enviudó. Se quieren de verdad y se nota, pero no puedo evitar sentir un rechazo profundo hacia ella.

El domingo a las 11 tomé un colectivo en la plaza Sarmiento. Llevaba un Trumpeter de regalo. 45 minutos después estaba charlando con Inés y mi papá. Ella estuvo media hora explicándonos una técnica de relajación que consiste en gotas que te caen en la frente mientras estás acostado. Mi papá decidió interrumpirla sutilmente.

–¿Y vos? ¿Cómo andás, Meri? ¿Vas a seguir en el local de ropa?–me preguntó. Nosotros dos comíamos pan con salame. Inés comía tofu casero.

–Por ahora sí. Todavía no me llamaron para hacer reemplazos. Y necesito la plata.

–¿Tenés alumnos particulares?–preguntó Inés.

–Pocos.

–Yo tengo una amiga que es profesora de inglés. Trabaja en un colegio importante de Rosario.

–¿Ah, sí?–dije con desinterés.

–¡Sí! Te voy a dar el teléfono así hablás con ella. A lo mejor te puede llamar para algún reemplazo.

–Bueno. Gracias.

Ella sacó una libretita de su morral y escribió el número. Arrancó la hoja y me la dio. Yo la doblé a la mitad sin leerla y la guardé en el bolsillo del jean.

–¿Y te gusta trabajar en el negocio?–me preguntó Inés. El esfuerzo que hace para que yo la quiera es sobrehumano.

–Más o menos.

–¿Por?

–Me gusta vender y atender a la gente, eso sí. El problema es la encargada. Es muy densa y critica cualquier cosa. Además no puedo hacer nada.

–¿No podés leer cuando no hay gente?–me preguntó mi viejo.

–No. Ni leer, ni usar la compu, ni el celular. Tengo que hacer cosas del negocio: acomodar, doblar.

–¿Y por qué no pintás mandalas?–dijo Inés. ¿VOS ME ESTÁS JODIENDO? ¿TE DIGO QUE NO PUEDO LEER Y QUERÉS QUE LLEVE FIBRAS PARA PINTAR DIBUJITOS? Eso fue lo que pensé. Me contuve y no dije nada. Sonreí.

–Bueno, es por poco tiempo–dijo mi viejo.

–Sí, obvio.

Almorzamos y después ellos querían ir a dormir la siesta, así que me volví a Rosario. Hacía muchísimo calor y el sol estaba fuerte. Oscurecí el departamento y me puse a limpiar y acomodar el desorden acumulado de la semana. A la tardecita salí a correr.

***

El lunes a la mañana estaba muy tranquila en el local cuando llegó una clienta. Era una mujer de unos 40 años, muy agradable. No sabía bien qué buscaba. Supongo que quería comprarse algo, no importaba qué prenda. Me aproveché de su indecisión y le mostré lo que podía ser de su talle. Mientras ella se probaba, llegó Lali. Venía a buscar una remera para llevarla a otro de los locales porque ya no quedaban más. Ella buscaba la remera y yo esperaba que la clienta saliera del probador.

–Esto me gusta. ¿Cuánto sale?–Se había probado una camisola muy linda.

–Ya te digo–dije y me acerqué a la computadora. Lali estaba revisando algo del stock y se corrió de malagana.

–Está 250. Si pagás al contado tenés un 10 % de descuento.

–Bárbaro. Esta la voy a llevar. ¿Y el jean cuánto está?

–Ahí me fijo–Volví a acercarme a la computadora para ver el precio. Lali se volvió a correr. Resopló.

–350.

–Perfecto. ¿Y esta remerita?

–Esa está 120–¡Al fin un precio que me acordaba! Ya me estaba poniendo nerviosa. Si hubiera estado sola con la clienta no pasaba nada, porque la gente suele ser comprensiva y entiende que no sos una máquina. Pero estaba Lali. Y Lali no se caracteriza por ser comprensiva.

–Listo. Llevo las tres cosas. Te pago con tarjeta.

–Bárbaro.

Ahora eché a Lali de la computadora por una razón legítima. Pasé las tres prendas por el sistema, pasé la tarjeta por el posnet, acomodé las prendas en una bolsa, le hice el ticket fiscal y la despedí amablemente. Después me puse a acomodar ropa que se había probado. Lali estaba buscando algo en el depósito que tenemos adjunto al local. Es un cuarto minúsculo. Salió con dos bolsas en la mano.

–María, ¿todavía no te aprendiste los precios?–me dijo con cara de culo.

–Ay, sí. Perdón. Soy un desastre con los números.

–Mirá, vas a tener que estudiarlos o hacer algo. Nosotros no trabajamos así.

–Sí, es verdad. Ya me pongo a estudiar–dije con tranquilidad. No me sentía mal en ese moment0.

–Ya hace un tiempo que estás acá. Vas a tener que ponerte las pilas.–Ahí me calenté.

–Bueno, Lali–dije en tono cortante. Creo que no llegué a sonar maleducada. Por dentro estaba furiosa. Ella se fue sin saludarme.

La bronca me duró toda la jornada laboral.

***

Llegué a mi casa con un mal humor radioactivo. Estaba convencida de que al día siguiente iba a renunciar. Ya no me importaba que me hayan contratado cuando no tenía trabajo. Ellos no hacían caridad. Yo había sido una empleada funcional y listo. No tenía ganas de tolerar que me trataran mal y que me estén vigilando.

No entendía por qué tenía que saber los precios de memoria. La gente puede esperar dos segundos a que me fije en la computadora. Para mí no tiene sentido utilizar energía en memorizar números arbitrarios que no me sirven para nada. Igual, sabía que esa era la política del negocio y estaba dispuesta a poner voluntad y aprenderlos. Lo que más me molestaba era la falta de paciencia. Lali nunca podría ser docente.

Aunque no quería depender de algo que me había dado Inés y aunque tampoco tenía ganas de llamar a su amiga, lo hice. Lo hice en un arrebato de desesperación y rabia.

–Diga.

–Hola…¿Marisa?

–Sí, ¿quién habla?

–¿Qué tal? Mi nombre es María. Este número me lo pasó Inés, una amiga tuya. Ella es…

–Ah, sí. Me dijo. ¿Cómo estás?

–Bien, ¿vos?

–Decime que necesitás.

–Bueno, yo me recibí de profesora de inglés a fines del 2013.

–¿Dónde estudiaste?

–En el Houssay.

–Mmmm…

–Y durante el 2014 estuve haciendo reemplazos. En escuelas públicas y privadas. Di en jardín, primaria y secundaria.

–…

–No titularicé en ningún lado y por eso a principios de año empecé a trabajar medio tiempo en un local de ropa.

–…

–¿Hola?

–Sí, estoy acá. Te escucho.

–Ah, listo. Bueno…yo quería pedirte consejo a vos. A qué escuelas me recomendás que lleve el curriculum o, no sé, el consejo que se te ocurra.

La mina tardó unos segundos en responderme.

–Mirá, en MI colegio no vas a poder trabajar nunca–Hizo un énfasis bien despectivo en el “mi”.–Nosotras solamente llamamos a graduadas del Cossettini. Es el mejor lugar, ¿viste? Yo estudié ahí. ¿Vos por qué no estudiaste ahí?

–Rendí mal el ingreso porque…

–Ahhh, claro. Te tendrías que haber presentado el año siguiente al examen porque con tu título no vas a conseguir laburo en ningún lado.

Empecé a sentir calor y ahogo.

–Pero yo ya estuve…

–¿Sabés qué pasa? Los chicos tienen un nivel altísimo de inglés. Imaginate que en tercero de la secundaria rinden el First, en cuarto el Advanced y en quinto el Proficiency. No sé si vos estás capacitada para ayudarlos a preparar esos exámenes.

–Conozco los…exámenes…y puedo aprender a…ayudarlos–dije. Estaba medio tartamuda. Ella se rió sarcásticamente.

–No, mi amor. No se aprende tan rápido.

–Bueno, gracias por…

–Mirá, capaz que en alguna escuela pública podés titularizar. Viste que tienen un nivel muy bajo. Y ni hablar de los alumnos. Son un desastre.

–Gracias por tus consejos. Me tengo que…–Ya no quería hablar más con ella. No me entendió y siguió hablando como si estuviera dando cátedra. Me sentía como una nena chiquita a la que están retando aunque no haya hecho nada malo.

–Fijate. No sé qué decirte, porque en los colegios buenos de Rosario no vas a conseguir nada. A lo mejor podés estudiar en el Cossettini el año próximo.

–Muchísimas gracias, en serio. Me sirvió mucho hablar con vos. Hasta luego–dije muy rápido y con mucha falsedad. Después corté. Ni siquiera sé si me saludó.

Me sentía más angustiada que a la mañana en el negocio. Me arrepentí de haberme metido en el profesorado de inglés. Había estudiado esa carrera porque me gustaban los niños, enseñar y la lengua anglosajona. No quería saber nada con trabajar en esos reductos conchetos dónde hablar con el acento de los personajes de Downtown Abbey te eleva ontológicamente por sobre los demás. Lo que no me imaginaba que esos reductos iban a ser tan hostiles. Supuse que me iban a ignorar y listo, no que me iban a hacer sentir una basura.

Salí a correr y llegué a mi casa agotada. Nunca antes había hecho 10 kilómetros en 40 minutos. El enojo me había propulsado.

***

El resto de la semana seguí un poco angustiada. Estaba pensando en otra cosa y de repente me acordaba de la forreada de Marisa. Eliminaba ese pensamiento rápido y al rato volvía a aparecer. Por suerte dediqué mi energía a aprender los precios de la ropa. En dos mañanas había memorizado el valor de cada una de las prendas, con recargo y sin recargo.

Lali me vio en acción. Me vio decir absolutamente todos los precios sin recurrir a la computadora. Por supuesto que no me felicitó ni sonrió ni nada. Otra forra.

***

Lucas tiene una prima que se llama Anahí. Yo no la conocía en persona. La familia nuclear de Lucas tampoco tenía mucha relación con esta chica. Ella retomó el vínculo porque se iba a casar con un tipo de plata y entonces invitó a su casamiento al padre de Lucas, a él y a sus tres hermanas. Cada invitado podía llevar a su cónyuge, pareja, novio, peor es nada o lo que sea. Lucas me invitó a mí.

Anahí se casaba el viernes. Al organizar su fiesta no pensó en los pobres que trabajamos los sábados. Yo no tenía ganas de ir. Estaba cansada, de mal humor y encima tenía que vestirme, peinarme y maquillarme para gente que ni me conoce. Además el salón donde se hacía la fiesta queda en la Florida, zona recontra norte de Rosario, muy lejos de mi departamento.

–Voy por vos solamente. Y cuando tenga ganas de irme, me vengo al centro en tu auto. Vos te vas a Funes con tus viejos total–le dije a Lucas. Él accedió.

En el trayecto desde el microcentro a zona norte le conté lo que me había pasado con Lali y los precios.

–¿¡Pero por qué no la mandás a la mierda!? ¡No te puede tratar así! Es un sorete. Renunciá, María. Renunciá ya.

–Pará, Lucas. ¿Qué voy a renunciar sino tengo laburo? Recién empezaron las clases. No me van a llamar para reemplazos ahora.

–Renunciá. Vos estudiaste. No tenés que estar ahí. Renunciá y te tienen que pagar. Viví con esa plata, y mientras presentate en otras escuelas, buscá alumnos particulares, cortá el pelo…

–Sabés que no quiero cortar el pelo.

–Bueno, por un tiempo, Meri.

–No.

–Bueno. Y si te quedás sin plata, te ayudo. Tu viejo también te puede ayudar.

–No le quiero pedir plata a mi viejo.

–Jodete–dijo. Nos quedamos un rato en silencio.

–Tengo otra para contarte. Me pegó una forreada una amiga de Inés…

Le conté el diálogo telefónico y también se indignó.

–Que se vaya a cagar. Ella se lo pierde.

***

Nos tocó sentarnos en una mesa con otros primos de Lucas y sus parejas que tienen más o menos nuestra edad. Las hermanas de él son más grandes, así que ellas, sus maridos y sus hijos estaban en una mesa de más allá. Me quieren mucho y yo a ellas también. Fue una lástima que no estuviéramos juntas.

En la mesa de al lado estaba Ale, un colega. Yo lo había conocido en el cumple de Nacho del 2014. Él había estudiado en el Olga. Me di vuelta para hablarle cuando Lucas me dejó re pintada porque estaba hablando con parientas que hacía mil años no veía. Ya eran como las 2.

–¡Ale!

–Eeey, ¡amiga de Nacho! –Estaba bastante ebrio.

–Sí, Meri. ¿Cómo andás?

–Bien, ¿vos?

–Todo bien. ¿Sos amigo de Anahí?

–No, del novio.

–Ah, mirá vos. –Me levanté y me senté en su mesa. No había nadie más. Los otros estaban bailando. Llevé una botella de vino.–Sé que no tenemos mucha confianza, pero quería hacerte una pregunta…

–Dale. Chin chin–dijo él. Brindamos.

–Yo estudié en el Houssay y aparentemente mi título no vale tanto como el tuyo.

–Sí. Es una cagada pero en Rosario es así.

–Claro. Y si bien estuve haciendo reemplazos en escuelas públicas y en algunos privados que tienen muchas horas de inglés, quería ver si podía entrar a trabajar en los mejores colegios…

–Olvidate–me dijo de forma contundente y realista.

–Me imaginé que no iba a poder con mi título. Esta semana me forreó una mina…

–No, no por eso únicamente. Olvidate porque te van a re forrear y además porque quieren que vivas para el colegio.

–¿Cómo es eso?

–Yo tengo un amigo que es titular en uno de esos colegios. Labura de lunes a viernes de 8 a 4. Y todos los días se tiene que llevar las carpetas de los alumnos para corregirlas.

–¿Todos los días?

–Sí. Es obligación. O sea que no trabaja 8 horas, termina trabajando como 12 horas. Además de que tiene que organizar los actos de fin de año, las obras de teatro en inglés, cuando rinden los exámenes de Cambridge…

–¿Y cómo es el sueldo?

–Gana bien, pero no tiene vida. Eso es lo que buscan. Que vivas para ellos. ¿Por qué te pensás que son minas solteronas caracúlicas las que trabajan ahí? –me reí.

–¿Y vos?

–Yo hice algunos reemplazos. Ya no quiero saber más nada. Son espantosos esos lugares. Estoy bien con mis alumnos particulares y dando clases en empresas.

–Qué bueno. No sabés cómo me trató esta mina. Me dijo que a su colegio nunca iba a entrar, que con mi título no iba a poder hacer nada…

–Meri, te hizo un favor. En serio te digo. Buscá por otro lado. No ahí.

–¡Gracias, Ale!

–No, gracias a vos por el vino.

A las dos y media me fui porque estaba cansada. Lucas ya estaba enfiestado con su familia. Me puse feliz por todos los parientes porque se estaban divirtiendo mucho. Ale se había quedado dormido en la silla.

Mientras manejaba me sentía en paz. Ale me había ayudado a disipar la angustia. Mentalmente agradecí la forreada de la conchuda amiga de Inés. Ella no me quiere en su colegio. Ahora sé que tampoco quiero estar ahí.

Estándar
Sin categoría

El día que llevé un Twister a primaria

A mediados de marzo del año pasado, me llamó Marta. En aquel momento no la conocía. Ahora tenemos una relación de mucha confianza. Marta es la coordinadora de inglés de un colegio que está en zona norte de Rosario. Los alumnos tienen inglés desde jardín de 3 hasta quinto de la secundaria. Ella se encarga de buscar reemplazantes cuando los titulares no pueden ir, de organizar clases de apoyo, de convocar a británicos para que vayan a hablar de su cultura.

Había mandado mi curriculum a ese colegio cuando apenas me recibí. Después me olvidé que lo había enviado, por eso fue una sorpresa recibir el llamado de Marta. Yo estaba dormida y no conocía el número que aparecía en la pantalla. Atendí rápido. Ella se presentó y fue directo a lo importante.

–¿Podrás hacer un reemplazo mañana a la mañana?

–Sí, sí. ¿A qué hora?

–De 9 a 10 y media.

–Sí, no hay problema.

–¡Ay, qué genia! Me salvaste. Ya había llamado a varios y ninguno podía. Perfecto, listo. ¡Hasta mañana!

–¡Pará!–dije. Mi reacción fue brusca porque no quería que ella cortara.

–¿Qué pasó?

–¿Qué curso es? ¿Y qué están viendo? ¿Llevo algo?–dije de forma atropellada.

–Ay, pobre. No te dije nada. Perdón. Fue la emoción de haber conseguido reemplazante.

–No hay problema.

–Es en primer grado. Son unos nenes buenísimos. Recién aprendieron a escribir, así que no escribas mucho en el pizarrón. Y siempre con mayúsculas. Con Miss Carolina vieron los colores. Dales algún juego para que los afiancen y listo. ¡Gracias, reina!

–No, gracias a vos por la oportunidad. ¡Hasta mañana!

Cheers!

El corazón me empezó a latir fuerte. Era mi primer reemplazo en una escuela que tiene el inglés como aprendizaje prioritario. No iba a desaprovechar la oportunidad. Tenía que armar una clase muy linda para que me volvieran a llamar.

Empecé a buscar ideas en sitios para docentes de inglés, como por ejemplo BusyTeacher. Aunque hay un montón, ese es el que más me gusta. Tiene ideas creativas, fáciles de aplicar y las instrucciones precisas sobre cómo llevar adelante una clase y no morir en el intento.

Por mala suerte, BusyTeacher no me sirvió. Aunque las ideas eran buenas, yo necesitaba algo mejor, algo entretenido, sencillo y pedagógico al mismo tiempo. Ninguna de las propuestas satisfacía los tres parámetros. Después de dar vueltas en redondo sin llegar a nada, empecé a revisar páginas de inglés para nativos. Hay muchos sitios de madres estadounidenses que educan a los hijos en su casa y suben a Internet las estrategias de enseñanza que utilizan.

En una de las páginas de homeschooling encontré algo que me encantó: un Twister.

Mi mamá me había regalado un Twister cuando cumplí 6 años. Amaba ese juego. Siempre que venían mis amigos, yo los obligaba a contorsionarse sobre la alfombra repleta de círculos verdes, rojos, azules y amarillos. En la mudanza a Rosario me lo llevé. Tiene valor sentimental para mí. Ahora también tiene valor didáctico.

Al día siguiente, llegué a la escuela media hora antes del comienzo del reemplazo. Marta me recibió en el patio de la primaria. Recorrimos el colegio y fuimos a tomar un café a la sala de profesores. Los demás docentes de inglés me saludaron con una sonrisa. La gente era amable y las instalaciones, preciosas. Me sentí bien. Un poco nerviosa nomás.

Marta me presentó en primer grado. Los niños me miraron con curiosidad y entusiasmo. Cada uno de ellos dijo “I am…” seguido de su nombre. Después Marta se fue. Ya no me sentía nerviosa porque los alumnos eran respetuosos y predispuestos.

Los 15 minutos iniciales se dedicaron a abrir los cuadernos y a escribir la fecha y el clima. Marta me había advertido que tardaban mucho en escribir. No me importó porque recorrí el aula mientras lo hacían y me aprendí sus nombres. Mía, Lola, Santina, Franco, Angelina, Mateo, Lautaro…

Una vez que terminaron dividí a la clase en dos grupos. Uno de los grupos copió en el cuaderno los colores y pintó un dibujo de esos que tienen números y cada número representa un color distinto. El otro grupo jugó al Twister diciendo los colores en inglés. Después invirtieron los lugares y cada grupo completó la otra actividad. La verdad es que fue bastante caótico. Pero con amenazas, castigo-recompensa y elogios se tranquilizaron. Ellos se divirtieron mucho y yo también.

De vez en cuando Marta se asomaba por la ventana para ver cómo me desenvolvía. Creo que le gustó mi forma de trabajar. Cuando me estaba yendo, me agradeció mucho y me dijo que me llamaría cada vez que necesitara reemplazante. Me fui cansada y feliz.

En el colectivo empecé a sentir un dolor punzante en la frente. Me relajé un poco y por eso apareció el malestar. Además tenía hambre. Mucha hambre. La combinación de hambre, sueño y agotamiento nunca es buena. Empecé a cabecear hasta quedarme dormida. Me despertó el ringtone de mi celular que me avisa que llegó un mensaje. Hace como 8 años que tengo un Nokia 1100 y no lo pienso cambiar.

¡Hola, hermosa! 🙂 ¿Qué hacías?

Era Fausto. Él es la única persona que escribe mensajes de texto sin errores gramaticales, con todos los signos de apertura y cierre en el lugar correcto. Un motivo más para amarlo con locura.

Meri: ¡Hola! 🙂 Estoy en cole volviendo al centro. Tuve un reemplazo con unos nenes re buenos. (L) ¿Vos?

Fausto: ¡Qué copado! Me alegro. Yo estoy amasando pizzas caseras. 😀 😀 😀

M: Uhhhhh, qué ricoooo. Tengo un hambre que me muero.

F: ¿Querés venir? (yo sonreí, leí eso y sonreí)

M: Me encantaría. 🙂 🙂 ¿Llevo algo?

F: A vos 🙂

M: 🙂 En media hora estoy allá.

Me bajé del colectivo cerca de la casa de Fausto. En vez de ir directamente, me metí a la Galería del Paseo. Es una galería comercial que tiene baños públicos impecables. Me maquillé, me perfumé y me puse desodorante. Recién ahí fui para su casa.

Cuando apareció en el palier del edificio, me dio un beso en el cachete y me dijo:

–¿Trajiste eso para distraerme?–Yo tenía el Twister en las manos. Aunque en ese momento no pude ver mi cara porque no estaba frente a un espejo, sé que se iluminó. Los ojos me brillaban, estoy convencida. Se me ocurrió algo en ese instante.

En el ascensor nos besamos un poco. Su boca tenía gusto a queso roquefort. Seguro que había picoteado mientras cocinaba. No me molestó. Me encanta el queso roquefort. Y me encanta que los varones que me gustan cocinen para mí.

Era la segunda vez que iba a ese departamento. Tenía ventanales enormes para recibir luz natural. Había estanterías con libros por todos lados. En una de las estanterías había una foto de su familia en el Central Park. Dante y él eran chiquitos. Vivieron bastante en Nueva York porque sus papás hicieron uno de sus doctorados allá.

Las pizzas estaban riquísimas. Hizo cuatro para ya tener la cena preparada. Eran de roquefort, napolitana, fugazzetta y con champiñones. Mientras almorzábamos hablábamos de Seinfeld:

–¿Posta no te gusta?–me preguntó sorprendido.

–Posta. No me mires con cara de decepción porque me muero–Se rió.

–Nunca me vas a decepcionar. Me sorprende, eso.

–Tiene sus momentos copados. Pero me parece sobreactuada.

–Es impresionante. Es la mejor comedia que existe.

–No estoy de acuerdo. Igual la voy a terminar de ver porque hay que hacerlo. Marcó una época.

–Ay, ella siempre tan neurótica.

–Ay, él siempre tan hermoso.

Nos miramos y nos quedamos en silencio. Después me senté arriba suyo y empecé a besarlo en la boca, en el cuello, en el pecho. Me volví a levantar y preparé el Twister.

–Vamos a jugar Strip Twister. El que se equivoca se saca una prenda.

–Dale.

–Pierde el que queda en bolas.

–Me encantó.

Iniciamos la partida. El roce, la pérdida de ropa y la modorra de la siesta hicieron que el juego se volviera muy erótico. Para mí el sexo y el precalentamiento tienen que ser lúdicos. Necesito divertirme, experimentar, seguir algunas reglas y romper otras. Por suerte Fausto era igual.

Terminamos media hora después. Perdió él. La cantidad de veces que jugué en mi infancia me ayudó a ganar. A mí me daba lo mismo ganar o perder. Lo único que quería era estar desnuda con él, en el piso, abrazándolo.

Estándar
Sin categoría

El día que fumé porro legal

Llegamos a Ámsterdam el 4 de enero de 2010 a las 5 de la tarde. Habíamos viajado en tren desde Colonia, Alemania. En Colonia sólo habíamos estado un día, lo necesario como para recorrer el Museo Ludwig, conocer la Catedral y caminar a orillas del Rin. En la capital de los Países Bajos nos íbamos a quedar cuatro días porque Flor había leído que la ciudad valía la pena. Ella había organizado el viaje, hasta el más mínimo detalle. Yo había estado demasiado ocupada juntando la plata para poder ir.

Desde la estación de tren nos fuimos caminando hasta nuestro hostel, llamado The Flying Pig Downtown. Era increíble. Estaba situado en una casa antigua (cómo sabrán, me fascinan las casas antiguas recicladas) y tenía muchos cuartos y recovecos. En la planta baja había un bar y un poco más atrás un smoking room donde se podía fumar tabaco y marihuana. Los huéspedes charlaban y leían libros sumergidos en una humareda espesa. Las habitaciones eran sencillas. No tenían tanta magia como los espacios compartidos por todos. El desayunador tenía las paredes pintadas con chanchos psicodélicos y había muchas cosas ricas para comer. Yo soy una persona completamente matutina, así que el desayuno es sagrado para mí.

frente_hostel

Frente de The Flying Pig Dowtown. Extraída de http://samantkc.wordpress.com

Bar de The Flying Pig. Extraída de http://m.flyingpig.nl/

Bar de The Flying Pig. Extraída de http://m.flyingpig.nl/

Smoking room de The Flying Pig. Extraído de http://ucd.hwstatic.com/

Smoking room de The Flying Pig. Extraído de http://ucd.hwstatic.com/

Desyaunador de The Flying Pig. Extraída de: http://www.tenhostels.com/

Desyaunador de The Flying Pig. Extraída de: http://www.tenhostels.com/ 

Después de recorrer el lugar junto a la recepcionista, dejamos las mochilas gigantescas en la habitación. Cuando entramos, dos chicos estaban tendiendo sus camas. Yo pensé que Flor había reservado un cuarto sólo para mujeres, como había hecho en los otros destinos. Un poco me asusté. Fue mi primer viaje durmiendo en hostels y todavía no sabía que los varones que comparten la pieza con vos son respetuosos y educados. Uno de los chicos era de Australia y el otro de Tailandia. Flor y el australiano pegaron onda enseguida.

En la barra del bar tomamos una cerveza con nuestros compañeros de cuarto. En inglés, ellos nos preguntaron de dónde éramos. Cuando respondimos Arshentina, tres pibes se acercaron.

–¡Boluda! ¿Son de Capital?–dijo uno de ellos. Aunque estaba oscuro tenía puesta una gorra.

–No. Argentina no se limita a Capital–dije. Intentamos seguir hablando con nuestros compañeros de cuarto sobre Maradona y Messi. No pudimos hacerlo porque intervino otro de los porteños.

–Esto es muy loco. Sos igual a mi ex – le dijo a Flor. Ella me miró. El cuentito de “sos igual a mi ex” es más viejo que la injusticia.

–De unaaaaaa. ¡Es igual a Brenda!–dijo el tercero.

–¿Y de dónde son?

–De Rosario.

–Rosariooo–dijo el de la ex que se llamaba Brenda con la voz y los gestos de Fito Páez. Flor y yo nos volvimos a mirar. Hasta los extranjeros que no hablaban castellano se dieron cuenta de que eran unos pelotudos.

–We are going for a walk. Do you wanna come?–dijo Seth, el australiano.

–Yes, please!–dijo Flor y se paró. No sé cómo hizo tan rápido para ponerse el abrigo, los guantes y el gorro de lana. Dejé diez euros para pagar las cervezas y Suttisawat me los devolvió. Pagó él.

–It’s too cold!–gritó uno de los argentinos cuando nos preparábamos para irnos. Nadie dijo nada. Salimos a la calle.

Tenía razón: hacía mucho frío. Diciembre no es la mejor época para ir a Europa. En enero yo tenía que empezar a estudiar para el ingreso al Olga y por eso tenía que volver a Argentina pronto. Lo ideal hubiese sido ir durante las vacaciones de julio del 2010. No sabíamos que cuando cursás en la facultad, sino tenés finales, en julio estás completamente libre.

Caminamos un poco por veredas angostas con tiendas hermosas, por la zona roja, por los puentes que cruzan los canales. Hacía tanto frío que no había agua, sino hielo. Fue un lindo paseo igual. Los chicos eran muy piolas, muy amables y conversadores. Habían viajado por el mundo entero y tenían historias entretenidas para contar.

A eso de las 7 nos metimos a un barcito para cenar. En la vidriera había una estatua de Marilyn Monroe. Debajo de la estatua había un ventilador que le levantaba el vestido, como en The Seven Year Itch. El lugar era cálido y te inundaba con aroma a salsa de tomate. Nos sentamos y al rato apareció la moza. Estaba muy fumada. Pedimos pasta. La moza se fue para la cocina. Antes de entrar, le dio a una seca a la pipa de agua que estaba apoyada en una de las mesas del fondo.

Un chico que también paraba en The Flying Pig estaba comiendo en la mesa de al lado. Tenía barba, un gorrito de lana y polera. Era parecido a Stanley Kubrick. La moza salió de la cocina y fue hasta él tambaleándose. O el porro era muy fuerte, o además estaba en pedo. De cualquier manera, era indudable que le tenía ganas a Kubrick.

–Where are you from?–le preguntó ella arrastrando las palabras.

–The U.S.

–Oh! From New York?

–No. I’m from Minnesota.

–What is that?–Nosotros cuatro estábamos escuchando y reprimimos una risa.

–It’s a state. Have you seen Fargo?

–No. What is it?

–A movie. It takes place in Minnesota. There’s a lot of snow.

–Oh!–dijo ella y se sentó en una silla. Él estaba incómodo. Se notaba que quería comer solo. Nos miró a nosotros. La mina también nos miró. Ahí se dio cuenta de que nos tenía que atender en vez de intentar levantar clientes. Se fue para atrás y volvió con cuatro platos de spaghetti alla carbonara. Estaba riquísimo.

Volvimos al hostel caminando despacio. El bar estaba lleno de gente. Nos sentamos en la barra. Por suerte no vimos a los pesados de Buenos Aires. Sí escuchamos a varias personas hablando en castellano rioplatense. Nos enteramos de que éramos 15 argentinos parando al mismo tiempo en el mismo hostel. Demasiados.

–Do you wanna smoke?–dijo Seth y señaló el smoking room.

–Yeah!–dije yo y me levanté de la banqueta. Flor me agarró del brazo.

–Pará, boluda.

–¿Qué pasa?

–No fumes acá.

–Flor, fumamos porro desde los 14. ¡Acá es legal! Dale.

–No, no. Quiero que fumemos en un coffee shop. Esa es la verdadera experiencia de fumar porro legal en Ámsterdam.

–¿De dónde sacaste eso? ¿De Lonely Planet?–ella me miró enojada. Se ofendía cada vez que yo criticaba lo exhaustiva que había sido su organización del viaje. No quería que se calentara. Había averiguado muchas cosas útiles. Yo no había hecho nada. –Dale, fumamos mañana.

Le hice que no con la cabeza a Seth. Él y Sutti fueron a fumar. Flor y yo pedimos otra cerveza. Ella me dijo que me quería llevar a un coffee shop re lindo que había visto en Internet. En ese momento se nos acercaron los porteños. Cancelamos el pedido y nos fuimos cagando a nuestra habitación.

El día siguiente recorrimos varios museos. No daba para estar en la calle con tanto frío. A las seis de la tarde volvimos al hostel, nos bañamos y salimos para el coffee shop. Se llamaba The Doors. La verdad es que Flor había elegido muy bien. Era un lugar chiquito, en una esquina, de color rojo con un cartel violeta. Su nombre se debía a la banda liderada por Jim Morrison y adentro estaba lleno fotos y afiches del grupo. También había un pizarrón grande con la lista de precios, tanto de las bebidas como de las distintas variedades de cannabis. Una vitrina ubicada en un rincón exhibía los distintos tipos de chalas y algunos porros armados.

Frente del coffee shop The Doors. Extraído de https://c1.staticflickr.com/

Frente del coffee shop The Doors. Extraído de https://c1.staticflickr.com/

Nos sentamos en un banco de madera y Flor fue a comprar para fumar. Lo que tenés que hacer es acercarte a la barra y pedirle al dueño la variedad que querés. Yo no lo podía creer. Fue muy raro para mí estar haciendo eso de manera expuesta. Siempre habíamos fumado a escondidas. Por supuesto, nuestros viejos no sabían nada. Y ahora estábamos en una ciudad donde era legal, donde podías comprar como si compraras una gaseosa. Increíble.

No me acuerdo qué fumamos. O White Widow o Bubble Gum. De eso se ocupó Flor, porque, por supuesto, había leído en algún lado cuál era la mejor opción. Fue un faso rico, relajante, sabroso. Me sentía muy tranquila, muy desenvuelta y a la vez muy elocuente. Me acuerdo que hablaba con palabras difíciles y con una retórica enrevesada. Frente al banco donde estábamos sentadas, había dos chicos. Eran más pendejos que nosotras. Uno de ellos la miraba a Flor y le hacía señas para que se acercara.

Nosotras estábamos sentadas donde está ese chico de campera amarilla y violeta. Extraído de https://c2.staticflickr.com/

Nosotras estábamos sentadas donde está ese chico de campera amarilla y violeta. Extraído de https://c2.staticflickr.com/

Los italianos estaban sentados donde está esa chica a la que se le ve la tanga. Extraído de https://c2.staticflickr.com/

Los italianos estaban sentados donde está esa chica a la que se le ve la tanga. Extraído de https://c2.staticflickr.com/

–Mirá, boluda…–me dijo ella.

–¡Andá!

–Pero noo. Ese pibito es menor de edad, seguro. Me gusta igual.

–¡Andá!

–No, Meri.

–¿Pero no querés que su relación florezca como un árbol de naranjas bien jugosas?

–¿QUÉ?–dijo ella extrañada por mi forma de hablar. Yo me reí.

–¡El faso está hablando por mí!

Flor no fue con los pibitos. Se quedó sentada mientras yo fui a la barra, que quedaba a dos metros. Me pareció que tardé media hora en llegar. No tenía una noción objetiva del tiempo. Los segundos me parecían horas y una hora se iba en segundos. En la barra pedí dos chocolatadas. No me gustaba combinar alcohol con marihuana en aquel entonces.

–¿Son argentinas?–me dijo el dueño.

–¡Sí! ¿Vos también?

–No. Yo soy colombiano – “y muy lindo”, pensé.

–¡Mirá vos! Hay muchos latinoamericanos en Amsterdam.

–Sí. Ahora somos todos latinoamericanos. Esos chicos son chilenos, los de allá brasileros. Menos esos dos que son italianos–Los que llamaban a Flor eran los italianos.

–¿Qué edad tienen esos chicos?

–18–dijo y me guiñó un ojo.

–Claro. Sí.

Atrás suyo había una gran colección de CDs. Desde donde yo estaba no llegaba a ver los nombres de los discos. Como en ese momento no sentía vergüenza de ningún tipo, le dije:

–¿Qué te parece si yo cierro los ojos, estiro la mano, elijo un disco al azar y vos ponés ese disco? – se rió.

–Me parece bien. Pero hay un problema.

–¿Cuál?

–La música que está sonando no es de esos discos. Tengo un I–Pod conectado a los parlantes grandes.

–¡Oh, no!

–Algunos discos los tengo en el I–Pod. Probemos.

–¡Dale!

Cerré los ojos, me puse en puntas de pie y estiré la mano. Toqué un disco. Abrí los ojos. Él lo sacó del estante.

–¡Muy buena elección!

Era Led Zeppelin I, el primer disco de esta banda absolutamente genial. Lo busco en el I–Pod y lo encontró.

–Ponelo en aleatorio. Que salga el tema que tenga que salir–le dije.

Un segundo después empezó a sonar You Shook Me, un blues triste y embriagador al mismo tiempo. Típica canción que te da ganas de coger despacio durante horas. Tema de striptease en un bar de mala muerte lleno de motoqueros al costado de la Ruta 66 en Arizona.

–Hazlo de nuevo–dije él. Lo hice. La segunda vez salió el disco Pearl, de Janis Joplin. El aleatorio eligió Summertime.

–¡Qué buen tema!

–Eres muy buena escogiendo música. Te puedes quedar aquí trabajando. ¡Una más!

La tercera fue la vencida, pero en un sentido negativo. Rompí la buena racha de temas porque salió el disco Love at First Sting, de Scorpions. A muchos les gusta esta banda que a mí me parece súper berreta. Sobre todo me parece berreta el tema que empezó a sonar: Still Loving You.

–Uh, malísima. Te dejo seguir haciendo tu trabajo. ¡Gracias!

–Gracias a ti.

Volví al banco con las dos chocolatadas. Flor estaba mirando el cielorraso con mucha concentración. Tomamos las chocolatadas y nos fuimos caminando al hostel. Vi Ámsterdam bajo el influjo de una marihuana de excelente calidad. Todo lo que había visto de día me pareció mucho más bello. La experiencia fue genial.

A la madrugada me desperté transpirada. Aunque estaba consciente, no tenía ganas de abrir los ojos. Me pareció que mi cucheta se movía. No estaba segura de lo que estaba pasando porque escuchaba como respiraciones entrecortadas. No sabía si era mi imaginación o no. El porro holandés seguía funcionando.

Estándar
Sin categoría

El día que me invitaron a un trío

El viernes que me robaron en el local, yo estaba bastante angustiada y no podía dejar de pensar en la cagada que me había mandado. Necesitaba salir, distraerme, tomar al alcohol. Por suerte, esa noche era la re-inauguración de McNamara y Flor tenía entradas gratis para el ágape (¡qué palabra más graciosa!).

McNamara es un bar donde se escucha principalmente rock en inglés. A veces tocan bandas en vivo o hay funciones de stand-up. Podés ir a cenar tipo 10, escuchar una banda y después bailar tranqui mientras tomás algo. Me dijeron que siempre te encontrás con hipsters simpáticos, rockeritos en pose y algunas groupies con fiebre uterina. En general, la gente es buena onda.

A eso de las 11 de la noche nos encontramos en la puerta del bar con dos amigas de Flor. Eran compañeras de Psicología. Gracias a una de ellas podíamos ir a comer. Celeste trabaja ahí y nos había conseguido entradas a las cuatro. Después de las 2 de la madrugada las puertas se abrían al público.

El lugar me gustó mucho. Tiene las paredes cubiertas con fotos de bandas canónicas, afiches de recitales importantes y dibujos surrealistas. Hay un escenario con telón, mesitas desparramadas alrededor de la pista de baile y dos barras para comprar bebidas. Una chica con una cámara gigante saca fotos a los distintos grupos de amigos.

Cuando entramos, la gente estaba tomando cerveza y comiendo bastoncitos de mozzarella. No sabíamos si teníamos que pagar, o si podíamos comer gratis porque estábamos invitadas. Entonces me acerqué a una chica y un chico y les dije:

–Hola.

–Hola–dijeron ellos.

–Una preguntita. Acabamos de llegar y no sabemos cómo es la onda. ¿Hay que pagar o no…?

–No, no. Allá en la barra pedís bebida. Y la moza pasa con bandejas trayendo cositas para picar–me dijo la mina.

–Servite cada vez que pase la moza porque la gente arrasa con todo–me dijo el tipo. Era pelado y petiso.

–¡Muchas gracias!

Les expliqué a Flor, Celeste y Eliana cómo teníamos que hacer. Fuimos a la barra a buscar unas cervezas. Volvimos a la pista. Cada vez que pasaba la moza nos servíamos algo. Además de los bastoncitos había pizza, sanguchitos y canapés.

Una bandita semicool subió al escenario. Tocaron temas de Pharell Wiliams, Jamiroquai y Mika. El cantante tenía voz aguda, remerita floreada y sombrero bombín. Los otros músicos tenían puestos lentes de sol.

–Me encantan los músicos–dijo Flor–, pero el cantante seguro que garcha todos los fines de semana con una distinta. No quiero eso. ¡Quiero un músico que esté solamente conmigo!

–Entonces encarate al tecladista–le dije. Flor se rió.–¿Y si hacemos el “casting de los altos”?

–¡Dale!

Flor es muy alta. Mide 1.75. Le cuesta encontrar chicos de su altura, por eso cada vez que salimos hacemos un casting. Miramos la población masculina del bar. Seleccionamos a los más altos. Después, descartamos a los altos que nos parecen feos. A veces la búsqueda es infértil y Flor se va con un petiso. A veces encontramos o dos o tres altos que pueden ser potables. Eso fue lo que pasó en McNamara.

Uno de los altos lindos tenía remera rayada y el otro una remera negra con una estrella roja. Flor y yo fuimos a hablar con el anarquista. Celeste y Eliana fueron hacia el de remera rayada. Después íbamos a intercambiar la información.

–Quedaste seleccionado para un casting–le dije al anarquista.

–¿Qué?

–¿Ves a mi amiga? La que está allá–.Flor estaba un poco alejada. La señalé.

–Sí.

–Bueno, como ella es alta, le cuesta encontrar chicos altos. Entonces buscamos a los mejores. Vos quedaste seleccionado.

Él se rió. Yo le hice una seña a Flor con la mano. Vino hacia nosotros. Ellos empezaron a hablar y entonces yo me separé y me puse a charlar con los amigos de él. Les conté qué era el “casting de los altos”. Ninguno se rió ni comentó nada. Asintieron con la cabeza y listo. Les pregunté a qué se dedicaban. Me contestaron de manera cortante. ¡Qué pelotudos, por favor! Yo no quería levantar a nadie, quería charlar mientras Flor veía si había onda o no con el pibe. Los amigos eran unos nabos inexpresivos. Me fui a buscar a Eliana y Celeste.

–¡No sabés! El de remera rayada es divino–dijo Eli.

–Flor ya se puso a hablar con el otro.

–¿Y los amigos?

–Todos mudos. Re pelotudos. ¿Vamos a buscar algo a la barra?

–Dale.

Atravesamos el bodoque de gente que estaba en el medio de la pista y llegamos a la barra. Pedimos tres cervezas. Volví a ver al chico y a la chica que me habían explicado cómo era la onda del ágape.

–Gracias a ustedes comí y tomé gratis–les dije, e hice una especie de reverencia como si me agarrara la falda de un vestido largo. Ellos se rieron.

–¡No entendías nada cuando llegaste!–dijo él.

–No, ni ahí. Es la primera vez que vengo acá. Vine por la amiga de una amiga. Nada que ver.

–Ah, mirá–dijo ella.

–¿Ustedes vienen seguido?

–Sí, casi todos los findes.

–Ajá.

–¿Y vos adónde salís?

–Casi siempre voy a Luna.

–¿¿A Luna?? ¿Cómo está ahora? –Luna es un clásico rosarino. Funciona en una casa chorizo del año 1904, que fue conventillo y también prostíbulo antes de ser bar. Tiene muebles antiguos, esculturas de metal y objetos reciclados que le dan un estilo bohemio. En planta alta tiene un espacio grande y en planta baja dos ambientes más chicos. El de arriba es tipo boliche. Tenés que estar parado y la música está fuerte. Abajo hay sillones, un pool y se puede hablar sin andar a los gritos. Cómo me gusta Luna.

–¡Re copado!

–¿Pero qué edad tiene la gente que va? Yo iba a Luna hace años.–“¡Ah! ¿O sea que sos una cuarentona que no aparenta su verdadera edad? Mirá vos”, pensé.

–Hay de todo. Desde tipos de 50 hasta universitarios.

–Tenemos que ir–dijo y miró al pelado. Él asintió.

En ese momento Eli me tocó el hombro y me di vuelta. Mientras lo hacía, escuché que el pelado le decía a la mina:

–Es como sofisticada, ¿viste?

No supe si estaban hablando de mí o no. Les di la espalda para escuchar a Flor, que acababa de llegar.

–El pibe estudió en la UAI y es K.

–Uh, qué garrón–dije.

–Me re gusta igual.

–Sí, está bueno.

–Ya fue. Me voy con él.

–¡Esa es la actitud!–dijo Eli. Flor se fue. Me volvieron a tocar el hombro. Esta vez era el pelado.

–Mirá, queríamos decirte algo.

–Sí, decime.

–Queríamos invitarte a…hacer un trío.

–¿Cómo?–dije con los ojos bien abiertos.

–Un trío. Pasar la noche los tres–dijo ella y le agarró la mano al pelado. CASI ME CAIGO DE CULO.  Intenté que no se me notara la sorpresa. Me hice la superada, la chica de mundo que sabe un montón de tríos pero justo esa noche no tenía ganas de participar.

–Les agradezco, pero yo…

–Es que sos muy bonita–dijo ella, y sin soltar al pelado, me tocó el cachete (de la cara) con la mano que tenía libre. La caricia fue tan perfecta que un poco me calenté. Además ella olía riquísimo.

–¡Y joven!–Agregó el pelado. A la mina no le gustó que él haya dicho eso. Agarré la mano de ella y la alejé de mi cuerpo.

–Muchas gracias. Pero no. No me copa–les dije y me fui.

En el taxi que me llevó a mi casa tuve un ataque de risa. El chofer me miraba por el espejo con cara de preocupación. Entré al departamento, me puse el pijama y empecé a escribir esta historia. De repente sonó el timbre. Era Lucas. En el palier empecé a besarlo y apenas entramos al departamento lo llevé a mi habitación. Nosotros dos fuimos más que suficientes.

Estándar
Sin categoría

El día que descubrí la industria de la muerte

Diego es el mejor amigo de Lucas. Hace casi dos años se mudó a Roldán (ciudad pegada a Funes) porque su novia es de ahí. Decidieron irse a vivir juntos cuando ella se enteró que estaba embarazada. Para Lucas fue muy difícil aceptar que su compañero de joda iba a sentar cabeza.

Jazmín nació el 11 de febrero del año pasado, un martes. Lucas estuvo presente en el parto. Yo no pude ir porque tuve alumnos particulares. El domingo de esa semana decidimos ir juntos a Roldán para que yo conociera a la beba. Salimos en auto, desde Funes, a la tardecita. Llevamos carne para hacer un asado.

Lucas y Diego charlaban al lado de fuego. Antonela, Jazmín y yo estábamos adentro. La nena dormía en una cuna plegable.  Antonela me mostraba la ropa y demás cosas que le habían regalado por el nacimiento de su hija. Tenía mucha cara de cansada, la remera llena de vómito y las tetas súper hinchadas.

–No doy más–me dijo cuándo nos sentamos en el living. La casa era minúscula y estaba en un estado caótico.

–¿Estás muy cansada?

–Estoy muerta. Diego no me ayuda con nada porque está en la fábrica todo el día. La nena no para de llorar. No es fácil tener un hijo.

–Ya vas a estar más tranqui. Lo más difícil es al principio porque…

–¿Qué sabés? Vos no sos madre.

Como el horno no estaba para bollos decidí callarme. Ella se dio cuenta de que había sido demasiado brusca. Cuando abrió la boca para decir algo más, Jazmín empezó a llorar. Antonela cerró los ojos con resignación, se levantó y fue a buscarla. La mamá le quería dar la teta pero la beba le daba vuelta la cara y seguía chillando.

Durante la cena, en el jardín, Lucas contó chismes para entretenernos. La remó como loco, pobre. Diego estuvo serio y la cara de culo de Antonela se intensificó debido a los llantos interminables de su hija. Me ofrecí a hacerle upa y ahí se calmó un poco. Después la agarró su papá y también estuvo tranquila. Antonela se enojó y se fue adentro. No volvió a salir.

Yo lavé y sequé los platos sola. Lucas limpió la parrilla y Diego hizo dormir a su hija. Fumamos un faso juntos y charlamos de la vida. Diego estaba un poco más relajado. Decidimos irnos cuando vimos que eran las dos de la mañana. Al día siguiente trabajábamos los tres.

En la ruta 9, Lucas me dijo:

–Tomaste la pastilla, ¿no?

–Sí, Lucas. ¿Pensás que después de lo de hoy quiero tener un hijo?

–Ni me digas, boluda. Igual siempre uso forro. Si llegás a quedar embarazada hay que ponerle MacGyver al pibe, porque superó los forros y las pastillas. – Me reí.

–Pobres. Son muy pendejos para ser padres.

–Antes la gente tenía hijos a los veintipico.

–Sí. Antes.

En eso vimos un tumulto en la ruta. La policía le indicaba a los autos que fueran despacio. Dos oficiales hablaban al costado de la ruta con una mujer. La mina estaba nerviosa. Movía las manos y lloraba. Un poco más adelante, también al costado de la ruta, había un auto con la puerta del conductor abierta. Al lado había un muerto. Estaba cubierto con una sábana blanca.

–Uh, ¿qué habrá pasado?

–Seguro se quiso suicidar y se tiró abajo de un auto.

–Ay, no. Qué trágico que sos.

–Posta, Meri. Hay gente que hace eso.

–Horrible. Qué bueno que justo de casualidad había una sábana blanca para tapar el fiambre–dije y me reí.

–No, boluda–dijo serio. Siempre hacíamos chistes morbosos. No podía creer que se había enojado porque le dije “fiambre” a un muerto.

–¿No qué?

–No fue de casualidad.

–¿Lo de la sábana?

–Sí.

–¿Posta?

–Sí.

–¿La policía tiene sábanas blancas en los patrulleros?

–No sé la policía. Pero la gente común sí.

–¿Qué?

–Sí. Es obligación. Cuando te hacen la revisación técnica del auto tenés que comprar varias boludeces. Un matafuegos, un chaleco fosforescente para que te vean de noche si cambiás una goma… Y una sábana blanca.

–Me estás jodiendo.

–No, bolú.

–¿O sea que vas a una ferretería y decís “hola, vengo a comprar la sábana blanca para tapar fiambres”?

–Algo así.–Se rió.–En realidad lo comprás en un lugar que venda accesorios para autos.

–¿En el baúl tenés la sábana vos?

–Ehhhh…no.

–¿Cómo qué no?

–Hace un par de años que no llevo el auto a la revisación.

–¡¡Lucas!!

–Bueno, seño. No me rete.

–¡Boludo! ¡Te podrían haber hecho una multa de la puta madre!

–Ya sé. Vengo zafando porque nunca me agarró un control.

–Qué pelotudo que sos. Mañana vamos a comprar esas cosas.

–Pero…

–Pero nada. Esta noche te quedás conmigo en Rosario y mañana vamos. Si no te hacés el boludo y no vas más.

–Tengo que laburar.

–Le avisás a mi viejo que estás enfermo.–Lucas trabaja en la ferretería de mi papá desde los 17. Ahí nos conocimos.

–Bueno, hinchapelota.

Al día siguiente desayunamos temprano en Davis, un bar que está frente al río. Había mucho sol y estaba fresquito. El clima era ideal. Me había llevado el Language Leader porque tenía un reemplazo. Íbamos a ir al negocio que vende cosas para el auto y después Lucas me iba a dejar en la escuela.

***

–Hola.

–Hola. Estamos buscando el kit de seguridad que hay que tener en el auto. Matafuegos, chaleco…

–Y la sábana blanca–dije yo con sorna. Lucas me fulminó con la mirada.

–Ya te traigo.

El vendedor se metió entre unas góndolas que estaban detrás del mostrador. Volvió con una bolsa de nylon gruesa, llena de cosas.

–Estas cosas las podés comprar por separado, pero nosotros acá te ofrecemos lo que te piden en la revisación técnica a 800 pesos–dijo mientras sacaba los distintos elementos. Es caro mantener un auto.

–¿Qué incluye?–preguntó Lucas.

–Tenés un extinguidor, un chaleco flúo, balizas, un botiquín de primeros auxilios…

–¿Eso qué es?–pregunté y señalé unas varas de metal con cadenas en los extremos. Era algo que nunca había visto.

–Se llama cuarta. Es para enganchar tu auto a otro auto sino llega a arrancar o algo así.–La cuarta se extendía bastante.–Y también tenés la sábana blanca.

–Bárbaro–dijo Lucas y buscó la billetera en el pantalón.

–El extinguidor lo tenés que recargar una vez al año. Lo otro lo tenés que reponer cuando se rompe o se termina. O si llegás a usar la sábana, tenés que comprar otra. Podés comprar las cosas por separado después–dijo. Estaba pasando la tarjeta de Lucas por el posnet. Yo estaba indignada.

–Perdón, pero creo que no entendí bien. Si alguien se muere y nos piden la sábana blanca, ¿nosotros tenemos que comprar otra?

–Y sí.

–¡Me estás jodiendo!

–María–dijo Lucas.

–No, pará. Esto no puede ser. ¿Vos te das cuenta que hacen guita a partir de los accidentes y de la gente que muere? ¡Esto es la industria de la muerte!

–Te tendrías que ir a quejar con los políticos. Ellos ponen las reglas de tránsito.

–Cualquiera. No puedo creer esto. ¡Es indignante!

–María, vamos.–Me agarró del brazo y me sacó a los tirones. Yo seguía puteando.

***

Un domingo frío de junio volvimos a Roldán por el bautismo de Jazmín. Lucas se iba a transformar en su padrino. Estaba contento porque Diego lo había elegido a él. En realidad, yo no tenía ganas de ir. Era una mañana perfecta para dormir bajo 15 frazadas. Lo acompañé porque me lo pidió con mucho amor.

Diego y Antonela ya estaban adaptados a su nueva vida. Se los veía más descansados y relajados. Antonela estaba linda, bien vestida y sonriente. Había vuelto a trabajar y se notaba que le había hecho bien. Una niñera se ocupaba de Jazmín cuando ella se iba para el negocio.

La ceremonia fue un embole, como todos los bautismos. Lo lindo fue ver a Lucas sosteniendo una vela al lado de la pila bautismal. No se había animado a agarrar a Jazmín, que estaba dormida en los brazos de la hermana de Anto. Les saqué muchísimas fotos a los tres. A los papás de la nena también.

Al mediodía almorzamos en la casa de los suegros de Diego. Habían puesto una mesa larguísima en el garage. Hacía tiempo que no comía tan bien. Salame, bondiola, jamón crudo, aceitunas, quesos y pan casero fue lo que comimos al principio. Después asado con ensalada y puré. Después helado. Después mesa dulce (la hermana de Anto es repostera). Después café con bombones. Después mate con chipá. Fue un festín en todos los sentidos de la palabra.

Yo había decidido no tomar alcohol para que Lucas pudiera disfrutar bien. Él tomó un poco de vino, se preparó un fernet y concluyó con Campari combinado con jugo de naranja. Aunque no estaba en pedo, no podía manejar. Si nos agarraba un control de alcoholemia nos iban a retener el auto. Había llevado mi carnet para evitar esos quilombos.

Nos despedimos a las 9 de la noche. Por suerte la ruta estaba tranquila. Íbamos en silencio porque los dos estábamos cansados. En un tramo oscuro vi algo que se movía adelante.

–Lucas…

–Mmmm…–estaba entredormido.

–Hay algo que se mueve adelante de ese auto. En la banquina. Ahora va para la ruta. ¿Qué es?

–No me doy cuenta. Capaz es un perro.

–Parece más grande.

–Andá despacio por las dudas. Igual tenés el auto de adelante. Si lo pisa, lo pisa el de adelante.

Seguimos un poco más y en eso escuchamos el sonido de una frenada repentina. El auto de adelante había frenado en seco. Por suerte los reflejos me acompañaron y yo también frené. Un charco de sangre empezó a manchar la ruta. El auto de adelante había atropellado a una persona.

–¡La puta madre!–grité.

–¡Lo mató, boluda!–dijo Lucas.

El auto estacionó al costado de la ruta. Nosotros hicimos lo mismo y nos bajamos. El tipo que manejaba estaba en estado de shock.

–Flaco, ¿estás bien?–le preguntó Lucas.

–El tipo me vio…yo…yo lo vi. No iba rápido. No. No iba rápido–decía aceleradamente. Tenía la frente transpirada.

–Calmate, viejo. Se debe haber querido suicidar.

–No es tu culpa–aporté yo.

–¿Qué? Maté a una persona. Maté a una persona. No..no…no lo puedo creer.

Nos quedamos haciéndole el aguante hasta que llegó la policía. Pusieron unos conitos para controlar el tráfico. Le tomaron declaración al tipo que manejaba y a nosotros también. Los canas dijeron que mucha gente se suicidaba así. Lucas tenía razón.

Fue la segunda vez en mi vida que vi un muerto. La primera había sido mi mamá. Ahora la situación era mucho peor, pero no me sentía mal. Lucas, en cambio, estaba nervioso. Supongo que yo estaba tranquila porque no tenía ningún vínculo afectivo con la persona que acababa de morir.

El tipo que manejaba el auto no tenía hecha la revisación técnica ni había comprado el kit de seguridad. A lo mejor tenía todo en regla y no podía expresarlo. Transpiraba, temblaba, no podía sostener un discurso coherente.

–Señor, nos va a tener que facilitar la sábana blanca para cubrir el óbito–le dijo un policía a Lucas. Debía haber tenido la misma edad que nosotros. Hablaba con palabras difíciles para mostrar su autoridad.

Lucas abrió el baúl y sacó la sábana. Se la alcanzó al policía. Cuando nos estábamos yendo, me di vuelta en el auto y miré lo que estaba pasando. Una oficial rompió el nylon y tapó el cadáver con nuestra sábana, sábana que Lucas iba a tener que reponer, porque la industria de la muerte debe seguir funcionando.

Estándar