Mi viejo cumple los años el 8 de marzo. Esta vez cayó domingo, así que fui a Funes a comer con él y su novia. Hacía muchísimo que no volvía. Cuando lo hago me quedo en la casa de Lucas, porque mi viejo vive con Inés y me incomoda estar cerca de ella por más de dos horas.
En otras circunstancias, Inés me hubiera caído muy bien. Es kinesióloga y profesora de yoga. En su profesión aplica muchas terapias o disciplinas alternativas copadas, como shiatsu y acupuntura. Siempre está haciendo cursos de ayurveda, de corrección postural, de creación de mandalas y ese tipo de cosas. El problema es que mi viejo la presentó 15 días después de la muerte de mi mamá.
Siempre sospeché que mi viejo estaba con Inés mientras mi mamá agonizaba. Él me juró que no. Al tiempo me enteré que ella fue su gran amor durante la adolescencia. Se pelearon porque él le metió los cuernos con mi vieja. Ella quedó embarazada, se casaron, nací yo, y nunca más pudo estar con Inés. Hasta que enviudó. Se quieren de verdad y se nota, pero no puedo evitar sentir un rechazo profundo hacia ella.
El domingo a las 11 tomé un colectivo en la plaza Sarmiento. Llevaba un Trumpeter de regalo. 45 minutos después estaba charlando con Inés y mi papá. Ella estuvo media hora explicándonos una técnica de relajación que consiste en gotas que te caen en la frente mientras estás acostado. Mi papá decidió interrumpirla sutilmente.
–¿Y vos? ¿Cómo andás, Meri? ¿Vas a seguir en el local de ropa?–me preguntó. Nosotros dos comíamos pan con salame. Inés comía tofu casero.
–Por ahora sí. Todavía no me llamaron para hacer reemplazos. Y necesito la plata.
–¿Tenés alumnos particulares?–preguntó Inés.
–Pocos.
–Yo tengo una amiga que es profesora de inglés. Trabaja en un colegio importante de Rosario.
–¿Ah, sí?–dije con desinterés.
–¡Sí! Te voy a dar el teléfono así hablás con ella. A lo mejor te puede llamar para algún reemplazo.
–Bueno. Gracias.
Ella sacó una libretita de su morral y escribió el número. Arrancó la hoja y me la dio. Yo la doblé a la mitad sin leerla y la guardé en el bolsillo del jean.
–¿Y te gusta trabajar en el negocio?–me preguntó Inés. El esfuerzo que hace para que yo la quiera es sobrehumano.
–Más o menos.
–¿Por?
–Me gusta vender y atender a la gente, eso sí. El problema es la encargada. Es muy densa y critica cualquier cosa. Además no puedo hacer nada.
–¿No podés leer cuando no hay gente?–me preguntó mi viejo.
–No. Ni leer, ni usar la compu, ni el celular. Tengo que hacer cosas del negocio: acomodar, doblar.
–¿Y por qué no pintás mandalas?–dijo Inés. ¿VOS ME ESTÁS JODIENDO? ¿TE DIGO QUE NO PUEDO LEER Y QUERÉS QUE LLEVE FIBRAS PARA PINTAR DIBUJITOS? Eso fue lo que pensé. Me contuve y no dije nada. Sonreí.
–Bueno, es por poco tiempo–dijo mi viejo.
–Sí, obvio.
Almorzamos y después ellos querían ir a dormir la siesta, así que me volví a Rosario. Hacía muchísimo calor y el sol estaba fuerte. Oscurecí el departamento y me puse a limpiar y acomodar el desorden acumulado de la semana. A la tardecita salí a correr.
***
El lunes a la mañana estaba muy tranquila en el local cuando llegó una clienta. Era una mujer de unos 40 años, muy agradable. No sabía bien qué buscaba. Supongo que quería comprarse algo, no importaba qué prenda. Me aproveché de su indecisión y le mostré lo que podía ser de su talle. Mientras ella se probaba, llegó Lali. Venía a buscar una remera para llevarla a otro de los locales porque ya no quedaban más. Ella buscaba la remera y yo esperaba que la clienta saliera del probador.
–Esto me gusta. ¿Cuánto sale?–Se había probado una camisola muy linda.
–Ya te digo–dije y me acerqué a la computadora. Lali estaba revisando algo del stock y se corrió de malagana.
–Está 250. Si pagás al contado tenés un 10 % de descuento.
–Bárbaro. Esta la voy a llevar. ¿Y el jean cuánto está?
–Ahí me fijo–Volví a acercarme a la computadora para ver el precio. Lali se volvió a correr. Resopló.
–350.
–Perfecto. ¿Y esta remerita?
–Esa está 120–¡Al fin un precio que me acordaba! Ya me estaba poniendo nerviosa. Si hubiera estado sola con la clienta no pasaba nada, porque la gente suele ser comprensiva y entiende que no sos una máquina. Pero estaba Lali. Y Lali no se caracteriza por ser comprensiva.
–Listo. Llevo las tres cosas. Te pago con tarjeta.
–Bárbaro.
Ahora eché a Lali de la computadora por una razón legítima. Pasé las tres prendas por el sistema, pasé la tarjeta por el posnet, acomodé las prendas en una bolsa, le hice el ticket fiscal y la despedí amablemente. Después me puse a acomodar ropa que se había probado. Lali estaba buscando algo en el depósito que tenemos adjunto al local. Es un cuarto minúsculo. Salió con dos bolsas en la mano.
–María, ¿todavía no te aprendiste los precios?–me dijo con cara de culo.
–Ay, sí. Perdón. Soy un desastre con los números.
–Mirá, vas a tener que estudiarlos o hacer algo. Nosotros no trabajamos así.
–Sí, es verdad. Ya me pongo a estudiar–dije con tranquilidad. No me sentía mal en ese moment0.
–Ya hace un tiempo que estás acá. Vas a tener que ponerte las pilas.–Ahí me calenté.
–Bueno, Lali–dije en tono cortante. Creo que no llegué a sonar maleducada. Por dentro estaba furiosa. Ella se fue sin saludarme.
La bronca me duró toda la jornada laboral.
***
Llegué a mi casa con un mal humor radioactivo. Estaba convencida de que al día siguiente iba a renunciar. Ya no me importaba que me hayan contratado cuando no tenía trabajo. Ellos no hacían caridad. Yo había sido una empleada funcional y listo. No tenía ganas de tolerar que me trataran mal y que me estén vigilando.
No entendía por qué tenía que saber los precios de memoria. La gente puede esperar dos segundos a que me fije en la computadora. Para mí no tiene sentido utilizar energía en memorizar números arbitrarios que no me sirven para nada. Igual, sabía que esa era la política del negocio y estaba dispuesta a poner voluntad y aprenderlos. Lo que más me molestaba era la falta de paciencia. Lali nunca podría ser docente.
Aunque no quería depender de algo que me había dado Inés y aunque tampoco tenía ganas de llamar a su amiga, lo hice. Lo hice en un arrebato de desesperación y rabia.
–Diga.
–Hola…¿Marisa?
–Sí, ¿quién habla?
–¿Qué tal? Mi nombre es María. Este número me lo pasó Inés, una amiga tuya. Ella es…
–Ah, sí. Me dijo. ¿Cómo estás?
–Bien, ¿vos?
–Decime que necesitás.
–Bueno, yo me recibí de profesora de inglés a fines del 2013.
–¿Dónde estudiaste?
–En el Houssay.
–Mmmm…
–Y durante el 2014 estuve haciendo reemplazos. En escuelas públicas y privadas. Di en jardín, primaria y secundaria.
–…
–No titularicé en ningún lado y por eso a principios de año empecé a trabajar medio tiempo en un local de ropa.
–…
–¿Hola?
–Sí, estoy acá. Te escucho.
–Ah, listo. Bueno…yo quería pedirte consejo a vos. A qué escuelas me recomendás que lleve el curriculum o, no sé, el consejo que se te ocurra.
La mina tardó unos segundos en responderme.
–Mirá, en MI colegio no vas a poder trabajar nunca–Hizo un énfasis bien despectivo en el “mi”.–Nosotras solamente llamamos a graduadas del Cossettini. Es el mejor lugar, ¿viste? Yo estudié ahí. ¿Vos por qué no estudiaste ahí?
–Rendí mal el ingreso porque…
–Ahhh, claro. Te tendrías que haber presentado el año siguiente al examen porque con tu título no vas a conseguir laburo en ningún lado.
Empecé a sentir calor y ahogo.
–Pero yo ya estuve…
–¿Sabés qué pasa? Los chicos tienen un nivel altísimo de inglés. Imaginate que en tercero de la secundaria rinden el First, en cuarto el Advanced y en quinto el Proficiency. No sé si vos estás capacitada para ayudarlos a preparar esos exámenes.
–Conozco los…exámenes…y puedo aprender a…ayudarlos–dije. Estaba medio tartamuda. Ella se rió sarcásticamente.
–No, mi amor. No se aprende tan rápido.
–Bueno, gracias por…
–Mirá, capaz que en alguna escuela pública podés titularizar. Viste que tienen un nivel muy bajo. Y ni hablar de los alumnos. Son un desastre.
–Gracias por tus consejos. Me tengo que…–Ya no quería hablar más con ella. No me entendió y siguió hablando como si estuviera dando cátedra. Me sentía como una nena chiquita a la que están retando aunque no haya hecho nada malo.
–Fijate. No sé qué decirte, porque en los colegios buenos de Rosario no vas a conseguir nada. A lo mejor podés estudiar en el Cossettini el año próximo.
–Muchísimas gracias, en serio. Me sirvió mucho hablar con vos. Hasta luego–dije muy rápido y con mucha falsedad. Después corté. Ni siquiera sé si me saludó.
Me sentía más angustiada que a la mañana en el negocio. Me arrepentí de haberme metido en el profesorado de inglés. Había estudiado esa carrera porque me gustaban los niños, enseñar y la lengua anglosajona. No quería saber nada con trabajar en esos reductos conchetos dónde hablar con el acento de los personajes de Downtown Abbey te eleva ontológicamente por sobre los demás. Lo que no me imaginaba que esos reductos iban a ser tan hostiles. Supuse que me iban a ignorar y listo, no que me iban a hacer sentir una basura.
Salí a correr y llegué a mi casa agotada. Nunca antes había hecho 10 kilómetros en 40 minutos. El enojo me había propulsado.
***
El resto de la semana seguí un poco angustiada. Estaba pensando en otra cosa y de repente me acordaba de la forreada de Marisa. Eliminaba ese pensamiento rápido y al rato volvía a aparecer. Por suerte dediqué mi energía a aprender los precios de la ropa. En dos mañanas había memorizado el valor de cada una de las prendas, con recargo y sin recargo.
Lali me vio en acción. Me vio decir absolutamente todos los precios sin recurrir a la computadora. Por supuesto que no me felicitó ni sonrió ni nada. Otra forra.
***
Lucas tiene una prima que se llama Anahí. Yo no la conocía en persona. La familia nuclear de Lucas tampoco tenía mucha relación con esta chica. Ella retomó el vínculo porque se iba a casar con un tipo de plata y entonces invitó a su casamiento al padre de Lucas, a él y a sus tres hermanas. Cada invitado podía llevar a su cónyuge, pareja, novio, peor es nada o lo que sea. Lucas me invitó a mí.
Anahí se casaba el viernes. Al organizar su fiesta no pensó en los pobres que trabajamos los sábados. Yo no tenía ganas de ir. Estaba cansada, de mal humor y encima tenía que vestirme, peinarme y maquillarme para gente que ni me conoce. Además el salón donde se hacía la fiesta queda en la Florida, zona recontra norte de Rosario, muy lejos de mi departamento.
–Voy por vos solamente. Y cuando tenga ganas de irme, me vengo al centro en tu auto. Vos te vas a Funes con tus viejos total–le dije a Lucas. Él accedió.
En el trayecto desde el microcentro a zona norte le conté lo que me había pasado con Lali y los precios.
–¿¡Pero por qué no la mandás a la mierda!? ¡No te puede tratar así! Es un sorete. Renunciá, María. Renunciá ya.
–Pará, Lucas. ¿Qué voy a renunciar sino tengo laburo? Recién empezaron las clases. No me van a llamar para reemplazos ahora.
–Renunciá. Vos estudiaste. No tenés que estar ahí. Renunciá y te tienen que pagar. Viví con esa plata, y mientras presentate en otras escuelas, buscá alumnos particulares, cortá el pelo…
–Sabés que no quiero cortar el pelo.
–Bueno, por un tiempo, Meri.
–No.
–Bueno. Y si te quedás sin plata, te ayudo. Tu viejo también te puede ayudar.
–No le quiero pedir plata a mi viejo.
–Jodete–dijo. Nos quedamos un rato en silencio.
–Tengo otra para contarte. Me pegó una forreada una amiga de Inés…
Le conté el diálogo telefónico y también se indignó.
–Que se vaya a cagar. Ella se lo pierde.
***
Nos tocó sentarnos en una mesa con otros primos de Lucas y sus parejas que tienen más o menos nuestra edad. Las hermanas de él son más grandes, así que ellas, sus maridos y sus hijos estaban en una mesa de más allá. Me quieren mucho y yo a ellas también. Fue una lástima que no estuviéramos juntas.
En la mesa de al lado estaba Ale, un colega. Yo lo había conocido en el cumple de Nacho del 2014. Él había estudiado en el Olga. Me di vuelta para hablarle cuando Lucas me dejó re pintada porque estaba hablando con parientas que hacía mil años no veía. Ya eran como las 2.
–¡Ale!
–Eeey, ¡amiga de Nacho! –Estaba bastante ebrio.
–Sí, Meri. ¿Cómo andás?
–Bien, ¿vos?
–Todo bien. ¿Sos amigo de Anahí?
–No, del novio.
–Ah, mirá vos. –Me levanté y me senté en su mesa. No había nadie más. Los otros estaban bailando. Llevé una botella de vino.–Sé que no tenemos mucha confianza, pero quería hacerte una pregunta…
–Dale. Chin chin–dijo él. Brindamos.
–Yo estudié en el Houssay y aparentemente mi título no vale tanto como el tuyo.
–Sí. Es una cagada pero en Rosario es así.
–Claro. Y si bien estuve haciendo reemplazos en escuelas públicas y en algunos privados que tienen muchas horas de inglés, quería ver si podía entrar a trabajar en los mejores colegios…
–Olvidate–me dijo de forma contundente y realista.
–Me imaginé que no iba a poder con mi título. Esta semana me forreó una mina…
–No, no por eso únicamente. Olvidate porque te van a re forrear y además porque quieren que vivas para el colegio.
–¿Cómo es eso?
–Yo tengo un amigo que es titular en uno de esos colegios. Labura de lunes a viernes de 8 a 4. Y todos los días se tiene que llevar las carpetas de los alumnos para corregirlas.
–¿Todos los días?
–Sí. Es obligación. O sea que no trabaja 8 horas, termina trabajando como 12 horas. Además de que tiene que organizar los actos de fin de año, las obras de teatro en inglés, cuando rinden los exámenes de Cambridge…
–¿Y cómo es el sueldo?
–Gana bien, pero no tiene vida. Eso es lo que buscan. Que vivas para ellos. ¿Por qué te pensás que son minas solteronas caracúlicas las que trabajan ahí? –me reí.
–¿Y vos?
–Yo hice algunos reemplazos. Ya no quiero saber más nada. Son espantosos esos lugares. Estoy bien con mis alumnos particulares y dando clases en empresas.
–Qué bueno. No sabés cómo me trató esta mina. Me dijo que a su colegio nunca iba a entrar, que con mi título no iba a poder hacer nada…
–Meri, te hizo un favor. En serio te digo. Buscá por otro lado. No ahí.
–¡Gracias, Ale!
–No, gracias a vos por el vino.
A las dos y media me fui porque estaba cansada. Lucas ya estaba enfiestado con su familia. Me puse feliz por todos los parientes porque se estaban divirtiendo mucho. Ale se había quedado dormido en la silla.
Mientras manejaba me sentía en paz. Ale me había ayudado a disipar la angustia. Mentalmente agradecí la forreada de la conchuda amiga de Inés. Ella no me quiere en su colegio. Ahora sé que tampoco quiero estar ahí.