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El día que me echaron del local

Ser reemplazante es difícil porque en las vacaciones no tenés trabajo y por lo tanto no cobrás. A principios de enero de este año me había quedado poca plata de los reemplazos del 2014. Mis alumnos particulares estaban de vacaciones y las escuelas estaban cerradas. Entonces empecé a buscar trabajo de cualquier cosa. Mandé curriculums ofreciéndome como empleada administrativa, como niñera y como vendedora.

Por suerte, a mediados de enero conseguí laburo en un local de ropa.

Antes de empezar a trabajar tuve una entrevista con Teresa, la encargada de recursos humanos. El dueño tiene 10 locales que funcionan como una empresa. Las empleadas pueden ir rotando entre los distintos negocios porque todos tienen casi la misma mercadería y el mismo sistema para cobrar. Teresa selecciona a las nuevas empleadas según las necesidades que le transmite el dueño.

En la entrevista me sentí tranquila. Respondí las preguntas que me hizo de forma completa y elocuente. En un momento ella me preguntó por qué me interesaba el trabajo.

–Porque me encanta vender, atender a la gente y estar en contacto con ropa.–Lo que dije fueron todas mentiras. Yo necesitaba la plata, nada más.

–Pero vos estudiaste…

–Sí, pero soy reemplazante y en esta época del año no tengo trabajo.

–¿Y cuándo empiecen las clases qué vas a hacer?

–Sigo en el local y organizo los reemplazos, total éste es un trabajo de medio día.

–¿Y si te surge un trabajo mejor?

–Sigo en el local, aviso que en determinada fecha me voy a ir, y cuando consigan una empleada nueva, dejo.

Después respondí otras cuestiones vinculadas a “situaciones problemáticas”. Teresa describía un conflicto que podría darse en el local y yo tenía que explicar cómo lo solucionaría. Fui lo más convincente y pragmática posible. Dio buenos resultados, porque al día siguiente tuve una entrevista con el dueño y un día después ya me estaba capacitando una empleada experimentada.

Al principio me gustaba trabajar en el negocio. Me di cuenta de que disfrutaba de vender, de asesorar, de cobrar y de dar el vuelto. La ropa era más o menos linda y el local estaba ubicado en una buena zona, cerca de mi casa, así que el entorno era agradable. Me llevaba bien con la encargada, a pesar de que ella siempre estaba con cara de culo, y también con el dueño, a quien veía poco.

Los días fueron pasando y empecé a notar actitudes que no me convencían. Palmira, la encargada, me retó una vez porque no me sabía los precios de memoria. Cuando los aprendí, encontró motivos nuevos para criticarme. Me decía que el negocio estaba sucio, que yo no la llamaba para pedirle más mercadería cuando vendía algo, que tenía que atender mejor a las clientas. Yo mejoraba los aspectos que tenía que mejorar y aparecían nuevas críticas infundadas. Del gusto inicial pasé a la saturación en muy poco tiempo.

Otro de los aspectos negativos del negocio era que cobrábamos el 15 de cada mes, con los impuestos vencidos y estirando la plata del mes pasado a más no poder. Como el 15 de marzo cayó domingo, se suponía que íbamos a cobrar el lunes 16. No fue así. El 17 tampoco cobramos y el 18, tampoco.

En ese entonces yo estaba trabajando en un local de liquidaciones. Mi compañera, a quien llamaba “gallina”, porque se notaba que quería ser la próxima encargada, estaba re caliente porque no nos habían pagado. Ella era muy chismosa y se había enterado de que a las otras chicas ya les habían dado el sueldo. O sea, el dueño nos estaba bicicleteando a nosotras dos.

El 19 de marzo sonó el teléfono del local de liquidaciones. Atendí. Era el dueño.

–¿Podés pasar después del horario de trabajo por mi oficina?

–Sí, no hay problema–dije. Me puse contenta porque sabía que me iba a pagar.

Al rato llegó mi compañera a relevarme. Le conté que hoy nos pagaban y me fui. Toqué la puerta de la oficina y el dueño abrió enseguida. Me dio un beso (siempre tenía un aliento putrefacto) y señaló una silla. Yo me senté de un lado del escritorio y él del otro.

–María, te llamé por dos cosas: para pagarte y…para decirte que hoy es tu último día de trabajo.

Le temblaba la voz. El tipo se hacía el bueno pero yo me había dado cuenta de que era una mentira. En el periodo corto de tiempo que estuve ahí, noté que lo que más le gusta es acumular plata y controlar lo que sucede a su alrededor. Piensa que disfrazándose de cordero no te vas a dar cuenta de cómo es en realidad. Usa a Palmira para que haga el trabajo sucio, mientras que él orquesta todo, absolutamente todo. Y después tiene la caradurez de hacerse el bueno.

–Mirá, es feo hacer esto. Vos sos una persona excelente, siempre muy bien predispuesta. Pero… no te veo motivada y se redujeron las ventas desde que vos empezaste a trabajar acá. Ya sabés que uno de los locales va a cerrar y ahora me sobran chicas. Como vos entraste última, elegimos «dejarte ir» a vos.

“Dejarte ir” es un eufemismo espantoso. Qué bronca me da cuando no me dicen las cosas como son. Yo lo escuchaba sin hablar. Asentía con la cabeza y de vez en cuando sonreía. No estaba triste, no tenía ganas de llorar. Lo único que me indignaba era su discurso pegajoso, falso y condescendiente.

–Yo lo hablé con Teresa. Le dije que tenía que dejar ir a una chica. Cuando ella me preguntó “¿A quién?”, yo le dije “a María, porque no la veo motivada”. Ella me dijo que no le sorprendía que te haya elegido a vos porque vos tenés una carrera. Teresa me dijo que vos tenés más PERSPECTIVA y que ves esto como un trabajo temporal. Eso no es lo que nosotros estamos buscando.

Para mí, tener perspectiva, una carrera y ver la venta de ropa como algo temporal es positivo. No negativo. Es un piropo. El tipo buscaba empleadas que dejaran su vida en el local y se había dado cuenta de que yo no era así. A mí no me va a tener 12 horas por día, como está la encargada, entregándole el alma para que él sea rico. Y tampoco me va a ver chupándole las medias o quedándome más de lo estipulado sin cobrar horas extra. Él quiere gente desesperada, que dedique toda su energía a algo tan nimio como vender ropa y lo vea como el mejor trabajo del mundo.

Lo escuché y le dije:

–Tenés razón, yo lo veo como algo temporal. Pero no por eso hice mal mi trabajo. A las clientas siempre las atendí bien, les mostré más cosas de las que habían pedido y se iban contentas. Por eso no me hago cargo por la baja de las ventas. Yo atiendo bien.

–Ah, qué bueno que me lo digas–dijo. La voz le seguía temblando. Se notaba que quería decirme algo más. Quería decirme que buscaba soldados más que empleados. Obviamente, nunca lo iba a admitir.

–Y sí. Yo estoy en el local de liquidaciones. No es lo mismo vender 100 prendas de 50 pesos que 100 prendas de 300 pesos.

–Claro–dijo él.

No había nada más que decir. Me pagó febrero y los 19 días de marzo que había trabajado. En la puerta me dio otro beso y me dijo que si quería ir a comprar a los locales, seguía teniendo el descuento de vendedora.

–Sí, ÉSTA te voy a ir a comprar–pensé.

Cuando me iba me acordé de una frase de Oscar Wilde: Be careful what you wish for, it might come true.  La traducción sería “tené cuidado con lo que deseás, porque se puede hacer realidad”. Wilde tiene razón. De manera consciente no deseaba quedarme sin trabajo porque necesitaba la plata. Sin embargo, ya no soportaba estar en ese lugar. No soportaba la vigilancia y el control permanentes. Inconscientemente me quería ir.  El 19 de marzo lo había logrado.

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