Vi por primera vez a Fausto el 15 de marzo del 2014, en el cumpleaños de mi amigo Nacho. Nos gustamos enseguida. Él me parecía hermoso, inteligente y gracioso. Esa misma noche garchamos y en los días consecutivos también. En su casa cuando no estaba su familia y en mi departamento la mayoría de las veces. Yo estaba peleada con Lucas y Fausto me gustaba mucho. Pensé que podíamos llegar a ponernos de novios. Pero no fue así.
–Meri, conocí a alguien–me dijo el 30 de marzo. Era domingo. Habíamos pasado la noche del sábado juntos y a la mañana siguiente me terminó de despertar con esa noticia.
–¿Qué?
–Me empecé a ver con otra chica. Y…me pasan cosas con ella.–“O sea que conmigo no te pasa nada…”, pensé.
Ya ni me acuerdo bien qué más me dijo. Frases hechas para no lastimarme, seguro. “No sos vos, soy yo”. “No hiciste nada malo”. “Sos una persona excelente”. La cuestión es que apenas se fue me largué a llorar. Pasé la tarde del domingo llorando y pensando qué había hecho mal. Al tiempo me enteré por Nacho que yo no había hecho nada mal. Fausto quería volver con su ex y la mina estaba disponible.
Durante abril, Lucas hizo buena letra para que volviéramos. Me llamaba por teléfono, me escribía cosas tiernas por mensaje, me pedía perdón cada vez que podía. Aunque yo sabía que quería volver con él, no lo iba a hacer inmediatamente. Quería estar un tiempo sola para ver si conocía a alguien que quisiera estar solamente conmigo, y no conmigo y además con cualquier pendeja que lo calentara. Lucas me quiere desde siempre. El problema es que la fidelidad no es una de sus virtudes destacadas.
Ese mes estuve tranquila. Salí con mis amigas, trabajé, miré películas. Evité los conflictos típicos de las relaciones amorosas. Pero como soy masoquista y empecé a extrañar esos conflictos, a fin de mes salí con alguien nuevo. Ese “alguien” era un profesor de inglés divorciado y joven.
Conocí a Luis en la escuela donde trabaja Marta. Llegué a la mañana temprano para hacer un reemplazo y cuando entré a la sala de profesores sólo había dos docentes de inglés. Ya las había visto. Una era muy conchuda y la otra era muy piola. Las saludé (ellas a mí también), me hice un café y me senté en un rincón a repasar la clase que tenía que dar. Ellas hablaban de un tipo que yo no conocía.
–…me dijeron que la mujer lo dejó por uno del gimnasio–dijo la más víbora.
–¿En serio? ¡Qué puta!
–Sí, una tilinga. Y viste que tienen dos nenas chiquitas, no sé cómo van a hacer.
–Custodia compartida.
–Supongo que sí. Luis se re ocupa de las nenas. Creo que habló con Marta para que le cambie unos horarios y…
En ese momento se escucharon pasos en la escalera. La sala de profesores está en una especie de entrepiso. Para llegar hay que subir por unos escalones de madera que hacen mucho ruido.
–Buen día–dijo un docente varón. Era de inglés porque traía el Up Beat en la mano derecha y un grabador en la mano izquierda.
–Buen día, Luis–dijo la más simpática.
–Buen día–dije yo.
–¿Qué tal?–dijo él acercándose a mí para darme un beso.–¿Sos profe de inglés?
–Todo bien. Sí, soy reemplazante. María.
–Ah, qué bueno. Yo soy Luis–dijo y se sentó al lado de las otras dos.
Hablaron del mal comportamiento de un alumno hasta que sonó el timbre. La escuela tiene jardín, primaria y secundaria. El timbre que había sonado era para la secundaria. Patricia y Carolina se levantaron y se fueron. Luis y yo nos quedamos. Nos tocaba dar en primaria. Nuestro timbre sonaría cinco minutos después.
–Con el nivel más avanzado estamos trabajando con un libro muy bueno–dijo. Abrió su portafolio, sacó Divergent y me lo mostró.
–Qué bueno que puedan leer novelas–dije yo. Me había sorprendido que me hablara. Yo estaba concentrada mirando mi propio libro.
–Sí, lo estamos trabajando con un curso de nivel avanzado. El año pasado rindieron el First.
–Ajá–dije yo y seguí con lo mío. Él tenía algo que me desagradaba. No era molesto, no era pesado. No sé qué era. Su sonrisa no me transmitía confianza. Y yo sostengo que la sonrisa es la ventana del alma y no los ojos.
–¿Viste que ahora se estrenó la película?
–Mirá vos. No sabía nada.
–¿CÓMO QUE NO? ¿No te gusta Divergent?–dijo fanatizado.
–No. Bah, no sé. No lo leí.
–¿Quééé? ¿Y sos profe de inglés?–“Ser profe no significa que ame las sagas boludas que les gustan a ustedes”.
–Sí, pero no lo leí.
–Tenés que ver la peli por lo menos.
–Bueno, lo voy a hacer. Gracias por la recomendación.
Nos quedamos en silencio. Yo volví a mi libro. Unos segundos después él volvió a hablar.
–¿Querés que vayamos al cine? Mañana a la noche que es más barato–dijo y se rió. El día siguiente era miércoles. El comentario me molestó. Me sonó a amarrete.
Él me sonreía y esperaba que yo le dijera que sí. La película no me interesaba. Lo único que me atrapaba un poco era que actuaba Shailene Woodley y me encanta el ángel que tiene. Además yo estaba sola. No tenía motivos válidos para rechazar la invitación.
Antes de responder me acordé de un capítulo de Girls de la primera temporada. Hannah cree que su jefe le tira onda. Jessa le dice que tenga sexo con él. Hannah le dice que no, que es viejo. Jessa insiste: “do it for the story”. Esta expresión se aplicaba justo a mi situación en la sala de profesores. El significado de “do it for the story” es algo así como “no es la mejor opción, no es lo ideal en este momento. Hacelo únicamente para tener una anécdota de la que te vas a reír después”. Yo no quería ir a ver una peli pochoclera con un divorciado de sonrisa fea. Lo hice igual. Y no me arrepiento, porque lo hice por la anécdota y ahora la estoy contando acá.
–Bueno, dale–respondí.
***
Al día siguiente nos encontramos afuera del Monumental. Es un cine simple que está en el centro de Rosario. Yo siempre voy ahí porque queda cerca de mi casa y me da mucha fiaca trasladarme al shopping para ir a uno de esas mega salas. Él seguro que quiso ir ahí porque es más económico.
Me dio un beso en el cachete y antes de entrar me compró un balde de pochoclo y una Coca. En el Monumental la venta de alimentos está sobre la vereda, no adentro del cine. La boletería también está afuera.
–Yo pago las entradas–dije.
–Sí, sí–dijo él con sarcasmo. Sacó plata de la billetera y pagó.
En la sala no había casi nadie, así que nos sentamos en el fondo para poder ver bien. Empezó la peli. Aunque no era la gran cosa, me pareció entretenida. Él estaba fascinado y no sacaba los ojos de la pantalla. Ni siquiera se servía pochoclo. Yo tenía el balde apoyado sobre la falda y no paraba de comer. Estaban riquísimos.
De repente sentí una mano ajena entre las piernas. Luis me quería tocar sin mirarme. Tenía la vista fija en la pantalla mientras que con la mano intentaba desabrocharme el pantalón. Me sorprendió la actitud. No me molestó, así que puse el balde de pochoclo en la butaca de al lado y lo ayudé. Me desabroché el jean y después acerqué la mano a su pantalón. Ya estaba durísimo. Estuvimos así, tocándonos, durante un rato. Él jadeaba un poco. Yo no me calentaba porque tenía miedo de que alguien nos viera. Él, todo lo contrario.
–Vení arriba mío–me dijo al oído y me babeó un poco la oreja.
–¿A upa?–dije inocentemente.
–No, te quiero coger acá.
–¿Qué? Nos pueden ver.
–Por eso–dijo él y le brillaron los ojos.
Al tipo lo calentaba tener sexo en lugares públicos. El morbo de ser descubierto le ponía la pija bien dura. A mí no me gusta eso. Yo necesito intimidad, privacidad, estar completamente desnuda. Además el cine es un lugar sagrado. Ver una película y coger son actividades hermosas que no deben ser realizadas al mismo tiempo.
Sin decir nada saqué mi mano de su pantalón y la suya del mío. Me abroché rápido, me levanté y me fui. No me sentía sucia ni indignada. En cambio, estaba tentada. Me dio risa la situación y me reí desde que salí del cine hasta que llegué a mi departamento. Ahora también me estoy riendo porque me acuerdo de la cara de emoción que puso Luis cuando me pidió que me sentara arriba suyo en el cine, con otra gente mirando la película a unos metros de distancia. Los vericuetos de la sexualidad son, sin lugar a duda, insondables.
De vez en cuando nos vemos en la escuela y está todo bien. Nos saludamos como colegas y charlamos de cosas vinculadas al inglés. Él no se ofendió porque me fui del cine. Nunca hablamos de ese episodio. Mejor así. No hay nada que hablar, en realidad. Luis no me atrae y lo sabe, por eso no intentó acercarse de nuevo. Espero que nunca se entere de que sólo salí con él por la anécdota.