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El día que casi me convierto en groupie

En uno de los cumpleaños de Nacho descubrí Onda Vaga. Él siempre conoce bandas nuevas, consigue la discografía, la escucha sin parar y compra entradas para ver la banda en vivo. Este ciclo se repite varias veces al año. Gracias a él conocí Onda Vaga y también Zaz, Tryo, Mamita Peyote y otras cosas que ahora no recuerdo. A algunos de estos artistas los vimos en Rosario juntos y siempre la pasamos bien.

“Fuerte y caliente”, el primer disco de Onda Vaga, me parece genial. Me gustan las letras, la música y el estilo. El resto de su discografía no está a la altura. Es aburrida, repetitiva,  pajera. Los otros discos son de fumones vagos. “Fuerte y caliente” es de fumones divertidos, esos que después de un porro se ponen alegres, ocurrentes, graciosos y creativos. En los demás, se transformaron en esas personas que necesitan marihuana para tener un poco de personalidad y ni siquiera así son interesantes o divertidas.

La banda vino varias veces a Rosario. Nacho los vio siempre. Yo nunca podía. Cada vez que había un recital, yo tenía un cumpleaños, poca plata o nada de ganas. Finalmente los pude ver en vivo el 4 de octubre del 2014. Fue una experiencia bastante rara.

Cuando me enteré que venían y que podía ir a verlos, lo primero que hice fue invitar a Nacho. Le escribí un mensaje. Él me respondió que no podía porque viajaba a Buenos Aires a lo de su novio. Me puse mal porque pensé que me lo iba a perder. Entonces invité a Flor. Ella los había escuchado en mi casa, y aunque no conocía mucho ni la volvían loca, seguro me acompañaba para hacerme el aguante. Así fue.

El sábado 4 fuimos caminando hasta Pugliese. Es un bar que está en el centro de la ciudad. La fachada es una casa antigua de dos pisos. Detrás de eso, después de un pasillo–rampa bastante largo, más o menos a mitad de cuadra, está el escenario. Alrededor hay espacio vacío para el público. Un poco más allá hay una barra, banquetas, mesas, sillas y hasta un metegol.

Cuando llegamos, los instrumentos ya estaban preparados. Sonaba música divertida para bailar y la gente tomaba cerveza. Nos pedimos un porrón y esperamos que llegara Onda Vaga. Mientras, mirábamos al resto de la audiencia.

–Mirá–me dijo Flor y señaló con la cabeza a una parejita que estaba cerca nuestro. La chica lo agarraba del cuello.

–¿Qué tienen?

–Se acaban de conocer. Y se gustan.

–¿Cómo sabés?

–No sé. Me doy cuenta. Para mí tenían onda de antes. Hoy él la invitó a venir al recital y acá comprobaron que tienen más onda. Mirá, mirá.

Se estaban besando.

–Creo que tenés razón–dije.

Después de tres porrones, llegó la banda. Casi dos horas más tarde del horario escrito en la entrada. Uno de ellos subió al escenario con una botella de Jack Daniel’s en la mano. Parecía que estaba en pedo. Otros miembros de la banda también estaban inestables. Seguramente habían consumido sustancias diversas durante todo el tiempo que los estuvimos esperando. Estaban demacrados. Apenas los vi pensé que el recital iba a ser un desastre. Para mi sorpresa, no fue así.

Tocaron muchos temas de “Fuerte y caliente”. Eso me gustó. A Flor también le gustó la banda y las dos bailamos bastante. Hacía calor y cuanto más nos movíamos más transpirábamos. Teníamos una botellita de agua, pero no era suficiente. El público estaba bastante sofocado. Igual la estábamos pasando bien.

–Tienen calor, ¿no?–dijo uno de los músicos. La verdad es que no sé los nombres.

–¡¡¡Síííí!!!–gritamos.

–¡Tomen!–dijo otro de los músicos y nos empezó a tirar agua.

Fue un alivio. Flor y yo estábamos bastante cerca y recibimos varias gotas frescas. Cuando el agua caía, miré al músico que la estaba tirando y le sonreí. Creí que él también me había sonreído. No estaba segura. La sonrisa podría haber sido para cualquier otra persona del público.

El recital siguió tan entretenido como al principio. En un momento Flor me dice:

–¿Me parece a mí o te está mirando?

–¿Te parece? Yo pensé lo mismo. Pero no me la quería creer.

–Es feo.

–¡No! ¡Es el que más me gusta!

–¡Buenísimo entonces!

Ese intercambio de miradas y sonrisas siguió hasta que terminaron de tocar.

–¡Me gustó mucho!–dijo Flor mientras aplaudíamos y ellos dejaban el escenario.–La próxima vez que vengan te acompaño de nuevo.

–¡Buenísimo!

La gente empezó a salir por la rampa. Nosotras caminábamos despacio para no chocarnos con nadie. Hacía mucho calor. Todos estábamos transpirados y con la ropa pegajosa.

Cuando llegamos a la parte de adelante, donde está la casa antigua, vimos a los músicos en un cuarto.

–Mirá–le dije a Flor y señalé hacia una puerta vidriada.–Están ahí adentro.

–Ah, sí, ahí los veo–dijo ella.

Uno de ellos también nos vio.

Seguimos caminando para salir de Pugliese y cuando estábamos en la escalera, apareció el músico que me gustaba. Se paró en la escalera, delante nuestro, y no nos dejó salir.

–Hola–nos dijo.

–Hola–dijimos nosotras. Estábamos sorprendidas.

–¿Les gustó?

–¡Sí, estuvo muy bueno!–dijo Flor.

–Buenísimo. ¿Son de acá?

–Sí–dije yo.

–Está muy bueno Rosario.

–Sí, está bueno–dijo Flor.

–Bueno, nos vemos–dije y seguimos.

–Esperá. ¿No quieren pasar?–dijo y señaló el cuarto donde estaban los demás músicos y otra gente.

Flor y yo nos miramos.

–Dale–dijimos las dos.

Él sonrió. Se dio vuelta y nosotras lo seguimos.

En el cuarto había varias minas además de los músicos. El que había subido con la botella de Jack Daniel’s seguía tomando whiskey mientras hablaba con una chica en un rincón. Los demás tomaban cerveza y fumaban tabaco.

–Esto es muy surrealista, Meri. Falta que se derrita un reloj en la ventana y estamos adentro de un cuadro de Dalí–dijo Flor.

El músico que nos invitó nos presentó a los demás. Nos saludaron y nosotras también nos presentamos.

–Hola, chicas. ¿Son de acá?-dijo uno de los músicos. Estaba armando un porro.

–Sí. Bah, en realidad somos de Funes pero vivimos acá–dije.

–¿De Funes?

–Sí. Es una ciudad que está pegada a Rosario.

–Sí, sé dónde es Funes. Yo conozco a alguien de Funes…

–¿En serio? ¿A quién?–dijimos las dos muy fuerte.

–A una profe de inglés. Una rubia hermosa. A lo mejor les dio clases a ustedes…

–¿¡CARINA!?–gritamos las dos. Los otros nos miraron.

–¡Sí, Carina se llamaba!

–¿¡De dónde la conocés!?

–Porque una vez, después de un recital…

–Ah, sí, sí. Ya entendimos. No te la puedo creer.

–¡Carina nos dio en la secundaria!

–Me imaginé–dijo él–¿Ustedes qué hacen?

–Yo estudio Psicología.

–Yo soy profe de inglés.

–¿Ah, sí? ¿Y sos como Carina?–dijo de forma desagradable. Me sentí incómoda. Ahí entendí la dinámica pos-recital de rock.

–No creo–dije.

–Si querés podemos saberlo…

Señaló con la cabeza una habitación contigua. El del whisky estaba entrando ahí con una chica. La chica tenía mucho escote y un micro short. Adentro había más gente.

–Che, ¿vamos?–me dijo Flor. Se dio cuenta de cómo estaba virando la situación.

–Sí, dale.

Antes de que nos despidiéramos, este chabón ya estaba hablando con otras chicas. Entendió que no íbamos a garchar con nadie. Mejor así.

Salimos rápido y nos reímos todo el camino de vuelta hasta mi casa. Siempre contamos la anécdota del día en que casi nos convertimos en groupies. Y las dos estamos satisfechas de que haya un “casi” en ese enunciado.

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