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El día que mi suegra me compró un vestido rojo

A mediados de junio de 2014 tenía un montón de facturas vencidas y nada de plata. No había cobrado reemplazos. Los alumnos particulares escaseaban. Y había gastado todo lo que tenía en mi festejo de cumpleaños.

Decidí no preocuparme demasiado. Las iba a pagar cuando cobrara.

***

Flor se compra ropa bastante seguido. Como fue criada en la abundancia, considera que es normal gastar plata en prendas nuevas cada semana. De chica su mamá la llevaba a la Peatonal Córdoba y la dejaba elegir todo lo que le gustara. De grande, se financia ese vicio con la plata que gana como modelo o promotora. Es muy alta, muy flaca y muy linda.

–Él quiere garchar sin forro. Yo no quiero saber nada–me dijo mientras mirábamos ropa en un local del centro. Era un sábado de junio a la mañana.

–Sin forro, nada. Con forro, lo que quieras. Eso me decía mi vieja.

–Haz lo que yo digo y no lo que yo hago, eh.

–Sí, seguro. Sabés que mi vieja no era muy coherente. Comprate esto, boluda–dije y le mostré un vestido súper ajustado.

–No, muy ajustado.

–¡Aprovechá que te queda bien!

–No, no quiero. No quiero ropa que me corte la circulación.

–Mejor. Odio cuando las minas se apretujan los órganos con la ropa.

–A vos te quedaría bien.

–No, tengo panza.

–¿Dónde tenés panza, María?

–En la panza, ¿dónde va a ser?

–Tenés pancita.

–Tengo un cuerpo como el de Jennifer Aniston cuando no se cuida tanto. Soy flaca de todos lados y tengo un poco de panza.

Ella me miró detenidamente.

–¡Posta!

–¿Viste? Está bueno compararte con los cuerpos de las famosas para saber qué usar cuando te toque ir a una alfombra roja.

–¿Alfombra roja? ¿Qué decís?

–Nada, boludeces.

–Hollywood te hizo mierda.

–Más vale.

–Esto lo llevo–había agarrado un pantalón tiro alto.

–¡Me encanta! Te lo voy a pedir prestado.

–Dale. Y también está remera.

–Ah, esa no me gusta. No me gusta el animal print. ¡Esto me gusta!

Había encontrado un vestido bordó de terciopelo. Era corto, entallado pero no apretado, y tenía mangas tres cuartos. La calidad de la tela era preciosa y se notaba que tenía buen calce. Me encantó.

–¡Lo quiero!–dije.

–Es hermoso. Llevalo. Nunca te comprás nada, rata.

–No me compro nada porque no tengo plata.

–Llevalo.

Busqué el precio en la etiqueta. Por supuesto que no lo tenía. Florencia siempre me lleva a esos lugares donde hay que preguntarle el precio a la empleada. Cuando yo misma fui empleada aprendí que es una táctica de marketing para que la clienta dependa de vos y, sino se quiere llevar nada, puedas encajarle alguna prenda que no haya visto. Una táctica que siempre detesté como empleada, porque tuve que aprenderme los precios de todos los productos. Y una táctica que también odio como clienta, porque me gusta ver ropa tranquila, sin sentirme comprometida a tener que preguntar algo.

–Disculpame–le dije a la empleada. Ella estaba muy ocupada con su celular.–Disculpame.

–¿Sí?–dijo sin levantar la vista y sin salir de atrás de la caja.

–¿Cuánto cuesta?

Se rió de algo que vio en su teléfono y después levantó la vista.

–Dos mil.

–La puta madre–dije en voz baja y lo volví a colgar.

–Te lo regalo por tu cumple.

–No.

–Dale, Meri.

–No, Flor. Gracias, pero no.

Ella no insistió. Sabe que me incomoda no tener plata.

–Llevo esto–dijo y puso las prendas seleccionadas en la caja.

***

Al mediodía vino Lucas a almorzar a mi departamento. Mi viejo lo había mandado a buscar mercadería a Rosario y se había organizado para poder visitarme.

–¿Tuviste alumnos hoy?–me dijo mientras comíamos sorrentinos con salsa de hongos.

–No, fui con Flor a ver ropa.

–Ahhh. ¿Te compraste algo?

–No. No pude. Lo único que me gustó era un vestido que salía dos mil pesos, así que…

–Uhhh. Salado. ¿No había otro más barato?

–Había, pero a mí me gustaba ese.

–Te puedo prestar la mitad si te gustó mucho.

–No, está bien. Gracias, amor. Pero no.

–Bueno–dijo él y tampoco insistió más.–¡Está buenísimo esto!

–Sí, compré unos hongos secos re copados.

–Riquísimo–concluyó.

Terminó de limpiar el plato con un pedazo de pan y levanté la mesa. No limpié nada en ese momento porque nos fuimos a la cama. El mejor postre después de almorzar es sexo y siesta. Insuperable.

***

–Dale, quedate hasta mañana–le dije a la tardecita, cuando él se estaba por volver a Funes.

–No puedo, hermosa–dijo mientras me daba besos.–Tengo un asado esta noche. Y mañana el cumple de Ariel.

–Dale.

–¡Si vos salís con Flor esta noche!

–Sí, pero cancelo todo y me quedo con vos.

–No digas eso. Después cuando salís la pasás bien.

–Sí, pero la paso mejor con vos.

–Me voy, Meri. Más tarde te llamo.

–Bueno. Andá despacio.

–Sí, quedate tranqui.

Me volvió a besar.

–Te amo.

–Yo también te amo.

Lucas se fue y me sentí vacía. Siempre me siento vacía cuando él se va. Al rato me pongo a mirar una serie y se me pasa.

***

A las 12 ya estaba lista para salir. Me había cambiado y me había maquillado. Todavía faltaba un rato para que Flor me pasara a buscar. Así que me acosté sobre el acolchado de la cama y llamé a Lucas.

–Hola, lindo.

–Hola, Meri.

De fondo se escuchaban voces y cumbia.

–¿Estás de Ariel?

–Sí. Ya están todos re puestos.

–¿Vos también?

–Maso–dijo y se rió.

–Así me gusta. Yo estoy esperando a Flor.

–Qué bueno. ¿Adónde van?

–Ya sabés.

–A Luna.

–Obvio. ¿Ustedes salen después?

–No creo. Estamos tomando y contando anécdotas de cuando éramos pendejos. Vino Tanque.

–¿Sí? Hace mil años que no lo veo.

–Yo también. Está re flaco.

–¡Qué loco!

–Meri, mi vieja te quiere regalar el vestido.

–¿Qué? ¿Le contaste?

Me empecé a calentar.

–Sí. Le conté. ¡Y no sabés lo que me dijo!

–¿Qué te dijo?

Se quedó callado. El alcohol lo había desinhibido y después se arrepintió de decir lo que estaba a punto de decir.

–Nada.

–Dale, Lucas.

Silencio.

–Lucas…

–Le conté y me dijo: “Si María tuviera más plata nadie le toca el culo”.

–¿Qué?

–Eso.

–No sé qué significa.

–Que…que sos soberbia.

–¿Qué?

– …

–¿Qué tiene que ver eso con un vestido bordó?

–Porque querías ese y no otro. No otro más barato. Querías ese. El más caro.

–Igual no entiendo que tiene que ver…

Empecé a hablar y no pude seguir. Me largué a llorar en voz baja. Él no se dio cuenta. Sin saberlo había despertado uno de mis fantasmas.

–Pedile plata a tu viejo para que te lo compre.

–Sabés que…no le voy…a pedir plata a mi viejo.

–Pedile a Flor que te lo pague con la tarjeta.

–No.

–Te presto la plata yo.

–No. Este vestido no pudo ser. Ya me voy a comprar otro cuando YO tenga la plata. Ahora no tengo un mango.

–Volvé a cortar el pelo para tener plata.

–No.

–¿Estás llorando?

–Sí.

–¿Qué pasó?

–Ya sabés.

–Meri, no te podés poner tan mal por el tema de la plata.

–…

–Si sabés que hay un montón de gente que te quiere ayudar.

–Ya sé. Pero yo…

–Sí, ya sé. Querés vivir de lo que estudiaste.

–Sí y…

–Y no querés que nadie te ayude.

–No.

–¿Solamente te vas a comprar cosas cuando vos tengas la plata? ¿Aunque algo te guste mucho y se pueda terminar?

–Sí.

–Bueno.

–…

–¿Pasa algo más, Meri?

–No, nada. Sabés cómo me molesta hablar de plata y siempre me salís con lo mismo. Quiero dar clases. Quiero vivir de eso y vivir bien. No quiero cortar más el pelo. ¿Cuántas veces te lo tengo que repetir?

–Bueno, tranquilizate. Ya está. Ya entendí.

–No me jodas más con eso.

–Listo. No digo más nada.

–Chau.

–Chau.

Corté, me retoqué el maquillaje y tomé una Cafiaspirina. Florencia llegó justo cuando me había terminado de arreglar.

***

El miércoles siguiente salí de la escuela con un dolor de cabeza tremendo. Los pibes habían sido muy ruidosos y había tenido que gritar como una desquiciada. Llegué a mi departamento con la intención de ir directo a la cama.

Entré y sobre la mesa vi una bolsa del local de ropa donde estaba el vestido bordó. Dejé mis cosas en una silla y me acerqué a la mesa. Había una nota escrita a mano al lado de la bolsa. “Mi mamá te lo compró por tu cumple”, decía la nota. Era la letra de Lucas. Adentro de la bolsa estaba el vestido bordó. Lo saqué, acaricié el terciopelo y lo volví a poner en la bolsa.

Nunca lo usé.

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