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El día que me enamoré del inglés

Mi alumno Fabricio tiene 32 años y es ingeniero industrial. Nos vemos dos veces. Él trabaja en una empresa que exporta sus productos a diferentes países y por eso quiere hablar bien en inglés. El problema de Fabricio es la exigencia. Es muy metódico, obsesivo y perfeccionista. Con todo. No sólo en su profesión, sino con todo lo que se propone.

Arrancamos las clases particulares el año pasado. Al principio no quería hablar en inglés porque no quería equivocarse. Le expliqué mil veces que es necesario equivocarse para aprender. Entonces no lo quería aceptar. Se quedaba callado o articulaba oraciones fáciles para no cometer errores. Este año, por suerte, se aflojó un poco más. Creo que lo hizo porque tiene más confianza conmigo y sabe que no lo voy a juzgar. Antes tenía una profesora que lo cagaba a pedo por cualquier cosa. También se aflojó porque es el encargado de cerrar transacciones con unos ingleses. Ahora tiene que hablar o hablar. No le queda otra.

Hace poco tuvimos esta conversación:

–No sé qué me pasa, Meri. No logro enamorarme del inglés. Es como que tengo que pasar un punto y todavía no lo pasé.

–Ya lo vas a pasar, no te preocupes. Ahora que estás más entusiasmado por el tema del laburo te vas a enganchar más.

–Sí, ya sé. Quiero que pase ya.

–Bueno, no funciona así.

–Tengo que pasar el invierno.

–¿Por qué el invierno?

–Porque con taekwondo me pasó eso. Arrancaba y en invierno siempre dejaba. Hasta que me propuse no dejar en invierno y ahí me enamoré del taekwondo. Nunca más dejé.

–Ahhh, entiendo. Para que te agarre más amor por el inglés podés ver series sin subtítulos o leer cosas que te gusten en inglés. No lo uses sólo para tu laburo, porque si no lo separás del placer.

–Sí, tenés razón. Voy a hacer eso.

Cuando terminó la clase, me puse a pensar en el momento exacto en que yo me enamoré del inglés. Al principio lo odiaba porque mi mamá me obligaba a ir al instituto. Después me empezó a gustar porque las señoritas eran buenas y me divertía haciendo los juegos didácticos que nos proponían. El amor verdadero hacia la lengua llegó un poco más tarde, cuando yo tenía unos 10 u 11 años.

Me acuerdo que la teacher nos había dado un texto. Teníamos que leerlo y responder unas preguntas, además de un verdadero/falso. Era el típico ejercicio de comprensión lectora. El texto era breve, no tenía más de 100 palabras. Describía un mercado londinense llamado Camdem Market. Yo no sabía nada sobre ese lugar. Una vez que terminé de leer el texto me enamoré profundamente del mercado y de la lengua inglesa. Mi vida cambió para siempre. Posta.

Recordemos que yo me crié en Funes, una ciudad pequeña que está pegada a Rosario. Hoy sé que Rosario es cool y también tiene un mercado al aire libre y negocios donde se pueden conseguir cosas con onda, pero durante mi niñez no conocía la parte copada de la ciudad. Veníamos poco a Rosario y cuando lo hacíamos, comprábamos en otro tipo de negocios. Por eso me llamó muchísimo la atención Camdem Market. Tenía que conocerlo.

Todavía no había Internet en mi casa, así que no pude interiorizarme demasiado sobre las características del mercado. Todo lo que sabía lo aprendí gracias al texto con el que trabajamos en el instituto. El texto decía que en Camdem Market había muchas tiendas que vendían ropa, accesorios, comida, libros y obras de arte. Cuando surgió, a mediados de los 70, sólo abría los fines de semana. Ahora abría todos los días porque se había constituido como una de las atracciones turísticas más famosas de Londres.

Al tiempo salió al aire un programa que se llamaba Conecta2. Lo conducían Dolores Barreiro y Ronnie Arias. No duró mucho porque aparentemente ellos discutían de forma constante. Me acuerdo que viajaban por el mundo y en uno de los episodios fueron a Londres. Y en Londres fueron a Camdem Market. ¡Era mejor de lo que yo imaginaba! La ropa y la gente tenían una onda bohemia que me encantó. Hasta me sorprendió que en uno de los puestos se vendieran hongos alucinógenos que no estaban escondidos ni nada. Ese mismo día me prometí a mí misma que iba a aprender a hablar muy bien en inglés para recorrer ese lugar y ser capaz de comunicarme sin dificultades.

Con Florencia pasamos los años de la secundaria organizando el viaje a Europa que haríamos antes de empezar la facultad. Recortábamos artículos de revistas y diarios que trataban sobre París o Amsterdam, anotábamos lugares que queríamos conocer en un cuaderno y hablábamos con gente que ya había ido para que nos aconsejara sobre hospedajes y demás. Como teníamos Internet, leíamos blogs de viajeros y mirábamos fotos de lo que íbamos a conocer. Durante cinco años armamos una carpeta con información. Antes de viajar seleccionamos lo más relevante. Camdem Market fue uno de los lugares seleccionados.

Para mí sorpresa, Londres me decepcionó. Aunque me gustó y volvería a ir, esperaba otra cosa. Antes de ir a Inglaterra habíamos estado en París y esa ciudad me volvió loca. Me encantaron sus calles, sus cafés, su arquitectura. Disfruté de escuchar a nenes chiquitos hablando en francés y de hacer combinaciones en el Metro para llegar a lugares distantes en poco tiempo. Los barrios parisinos son enormes y yo esperaba que en Londres pasara lo mismo. Londres es una ciudad gigante, por supuesto, pero las zonas turísticas están muy cerca una de la otra y dejaron mucho que desear en cuanto a tamaño. Me imaginaba que iba a ser más grande. Me sentí estafada.

Buckingham Palace es un cuarto de Versailles, Chinatown tiene dos cuadras  de extensión, el Big Ben es alto como la torre de cualquier iglesia rosarina, la escultura del Eros en Picadilly Circus mide menos de medio metro, los teatros de Soho están amontonados en poco espacio. Nada era como lo había imaginado. Todo parecía ser una versión reducida de las construcciones que había desarrollado en mi imaginación. Una sola cosa superó mis expectativas. Y eso fue Camdem Market.

En el mercado aproveché para comprar ropa original y de calidad a precios soñados. Regateamos en todos los puestos, comimos un kebab junto al lago artificial, miramos obras de arte de vanguardia y escuchamos buen rock. Camdem no tiene desperdicio. El día que fuimos ahí lo pasé realmente bien y no podía creer que estaba en un lugar que había conocido en las clases de inglés muchos años antes. Estar ahí me hizo convencerme más todavía de seguir el profesorado. Y a Florencia, la casa de Freud la terminó de convencer respecto a Psicología.

Casa de Freud en Londres. Fuente: www.londonphile.com

Casa de Freud en Londres. Fuente: http://www.londonphile.com

Diván de Freud en Londres. Fuente: mariangelesalvarez.wordpress.com

Diván de Freud en Londres. Fuente: mariangelesalvarez.wordpress.com

Una vez que me acordé de Camdem y de mi enamoramiento con el inglés, empecé a pensar en mis clases con Fabricio. Pensé que si él no lograba engancharse del todo con la lengua, la culpa podía ser mía. A lo mejor yo no le estaba enseñando bien. O a lo mejor el material que elegía para él era inapropiado. Tenía que cambiar. Tenía que buscar otros recursos, recursos que le permitieran aprender, informarse y divertirse al mismo tiempo. Antes de cambiar algo en mi metodología de enseñanza, decidí preguntarle si mi intuición era correcta.

–La clase pasada me dijiste que todavía no te enamoraste del inglés.

–Sí–dijo él y me alcanzó un mate.

–Y quería preguntarte si no es mi culpa. ¿Seré mala docente?

Él se rió y movió la cabeza y las manos diciendo “no”.

–No, Meri. ¡Vos sos una genia!

Uh, menos mal. Me tranquilicé. Me gustó que dijera eso.

–Nada que ver. Ya te dije. Tengo que pasar el invierno. No es culpa tuya. Me falta engancharme más.

–Bueno, me quedo más tranquila. Igual, si querés ver algún texto o algo que te guste en clase, decime así lo preparo.

–Sí, vos no te hagas drama.

–Para engancharte más hacé lo que te dije el otro día. Mirá series sin subtítulos o con subtítulos en inglés y también lee textos de los temas que te interesan en diarios estadounidenses. Otra cosa que se me ocurrió es que podés mirar videos en YouTube y después imitar la forma en la que habla la gente. Eso ayuda un montón. Y también fijate en las reuniones de Couchsurfing. A veces vienen extranjeros y tenés la oportunidad de hablar con nativos. No sé… eso es lo que se me ocurre.

–Genia. Te voy a hacer caso.

Aunque Fabricio me dijo que sus limitaciones con el inglés no tienen que ver con mi labor docente, decidí ajustar algunos puntos de mi práctica. Él fue mi primer alumno adulto y avanzado, por lo que siento una especie de cariño que no tengo hacia los otros alumnos. Es poco común tener que explicar temas tan complejos como los que estamos viendo en nuestros encuentros. Por eso, por el cariño que le tengo, porque me paga bien y porque explicarle me ayuda a seguir aprendiendo, voy a armar  clases bien interesantes, útiles y entretenidas.

Este año voy a lograr que se enamore del inglés como me enamoré yo cuando era chica. Tiene que pasar el invierno y ya está. Y yo tengo que volver a Londres a concretar cosas que no hice, porque no me puedo morir sin posar en Abbey Road.

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